La poesía apasionadamente sensual de Tomás Megía

Por Isabel Villalta Villalta

Conocía algunos poemas sueltos de este autor valdepeñero, Tomás Megía Ruíz-Flores, dispersos en revistas. Pero todavía no le había puesto identidad creadora; todavía no habían sido suficientes para hacerme una idea clara de su estilo y temática constantes, atrapados como una evasión vital en la pasión del amor de pareja.
Desde que somos compañeros en varias antologías, como Cántiga. Poetas de la provincia de Ciudad Real, primer cuarto del siglo XXI (Nieves Fernández. Editorial Ledoria, 2017) o Encuentro Oretania de Poetas (editorial C&G, varias ediciones) y hemos coincidido en recitales y encuentros, y desde entonces me ha lanzado sus dos últimas creaciones en forma de libros (Luz de invierno, 2016 y La semana que viene después de la lluvia, 2017), la idea de haberme encontrado con un poeta cautivado por el tema del deseo y la relación entre amantes me ha parecido uno de los buenos hallazgos en el panorama de la literatura actual que compartimos. Tomás es amante de la música de Leonard Cohen…
Pero sus poemas trascienden el tiempo, del susurro envolvente de Cohen al neoplatonismo en la constancia inmutable de la pasión amorosa en los siglos y las civilizaciones. Decía Ortega y Gasset que “el amor es una institución, invento y disciplina humanas”; lo dice en el Prólogo a la edición de 1952 (Alianza Editorial) de El collar de la paloma (Ibn Hazm de Córdoba, siglo XI). Si se ha tenido recientemente entre las manos este tratado maestro sobre el amor de la cultura andalusí, podríamos pensar que Megía lo ha hecho también, además de evadirse con Leonard Cohen. Como Magisterio que es podemos pensar que sí, pero en el amor no se trata de influencias sino de experiencias personales, como se ha reseñado, en la pasión íntima de los seres humanos, donde su principal función es la reproducción. 


A las cimas más altas
Los poemas de Tomás Megía palpitan, parecen estar creados a la par que el ensueño o lo real de la entrega, de la mecedora amorosa entre hombre y mujer que eleva el espíritu a las cimas más altas. Los recrea en la actualidad de su ser de poeta, en su esencia presente en el mito efectivo. Versos que se descuelgan encadenados la mayoría solo enlazados por comas y con frecuencia monosilábicos, que vuelan con la ensoñación, la confesión abierta del amor en directo o arqueado en la memoria, la evocación de su necesidad y belleza, el gozo de su presencia o el dolor de su ausencia. Son, además, de proporcionada y breve extensión, lo que hace más intenso su contenido. Poemas que rezuman ternura viril por la hembra, que presentan contacto con la mujer que el poeta ama o el acto.

También sombras
Las ágiles composiciones transmiten la atmósfera del mutuo ardor y la entrega y, al mismo tiempo, están veteadas de las sombras propias de la costumbre en el tiempo, de los cambiantes de toda constancia o relación cotidiana; asunto, éste, que nuestro poeta siempre remonta; de su enfriamiento percibido o posible, siempre resurge el hombre, el ser que ama, esencial, incombustible, promiscuamente; el amor siempre regresa en estos poemas al gozo, a los labios, los brazos… Dinámicamente plasmados, el poeta no da pie al alejamiento, a la frialdad o la ausencia de otros momentos y busca o rememora, como un run run lúbrico entrañado; ama, se entrega, reclama…

Fidelidad del sentir del creador
Además, Tomás Megía se aparta o no roza un pensamiento moralista o social para componer su poesía. Escoge el asunto amoroso y pasional muy verazmente, con fidelidad escritora y –tal vez influido por la sensual voz de Cohen y el fulgor del amor de El collar…- describe sin prejuicio ninguno, cautivado y cautivador, en escenas a veces casi turbadoras, los momentos fecundos de la relación entre amantes, sus insinuaciones exquisitas o su apoteosis excelsa. El amor a la mujer, por una mujer, la que puede ser real o ser todas las mujeres. Qué más da esto. Inquieto, vehemente como no queriendo que se escape, en reposos, la idea ardiente y vital, en movimiento de pluma y abrazo, que entre los amantes palpita, que vive en el poeta dulcemente, en gozo presente o en seducciones o en añoranzas; en amor intenso por ella, atraído por el arrebato de las pasiones carnales o por un amor sincero desde la lejanía…

Como el vaivén de las olas
Un amor, el de los dos libros que he saboreado y me nombran su autor, pleno de delicadeza y de comprensiones, de aguda visión sobre la influencia que sobre uno ejerce la pareja, del temor a la dejadez de los años... Poemas intensos y lujuriosos para salvarse, también, en las nostalgias, las añoranzas. Poemas de amor, como el vaivén de las olas del mar, por la mujer que estuvo y se fue. Que se fue o se allega o permanece a su lado. Versos, poemas, libros, Luz de invierno y La semana que viene después de la lluvia, sugerentes y con un temblor y fosforescencias que mecen la última y más bella relación entre amantes.
Tomás Megía Ruíz-Flores, un poeta de entregas amorosas encendidas y eternas; cautivador y más si se lee acompañados del susurro de Cohen o se repasa el exponente sublime del amor en el poeta Ibn Hazm andalusí de hace diez siglos.

No hay comentarios :

Publicar un comentario