VALIENTE
Y PRIMOROSA
A mi madre
Sería
tópico contar o al menos ceñirse tan solo al carácter austero de la mujer
manchega quizás desde siempre, y especialmente la de las generaciones más
cercanas, madres, abuelas, bisabuelas e incluso muchas de nosotras las
presentes, que, las primeras, vivieron el golpe de estado y la guerra civil del
36 y sus trágicas consecuencias y, las segundas junto a ellas, el largo periodo
de carestía prolongado en muchos casos hasta nuestra adolescencia. No hace
falta repasar la historia. La pérdida de lo principal y ese excesivo tiempo de pobreza
generalizada moldean el carácter.
Mujeres
de las que, sin embargo, se puede contar su ingenio vivo y su valentía de
extraordinarias personas que, en una u otra situación de bienestar o de
miseria, hubieran sido hoy motivo de premios y reconocimientos como lo están
siendo las mujeres actuales, por ejemplo, los de Igualdad, Goya a Actriz Revelación
o tantos a otros méritos personales.
Muchas
de esas mujeres, además de atender las laboriosas y penosas tareas comunes
domésticas de aquellos años, sin grifos y agua corriente o sin cocinas de gas o
luz, y criar a sus hijos sin, entre muchas otras cosas, los pañales desechables
de ahora, enjalbegaban los antepechos de las casonas manchegas subidas a una
larga escalera cuando llegaban las fiestas de los pueblos, ayudaban a sus
maridos en la recolección de las cosechas del campo, ejercían en muchos casos
de comadronas con la misma disposición que una matrona actual aunque el avance
en la ciencia ginecológica haya afortunadamente culminado su facultad y ponían
las inyecciones a su familia o vecinos siguiendo rigurosamente la observación
del practicante.
Esas
mujeres contaban cuentos maravillosos a sus niños mientras repasaban o zurcían
con esmero la ropa o bordaban en el bastidor una mantilla, cogían desde muy jóvenes
puntos de media para lucir bien arregladas o hacían primorosas puntillas a
ganchillo o sobre una almohadilla encaje de bolillos, cosían baberos o
pantalones y preparaban puntada a puntada el dote de los hermanos.
Mujeres
que hacían remolinos y burritos caseros a sus niños cuando no había ni mucho
menos el exceso de juguetes de ahora o, bien, con sus manos siempre
maravillosas juegos de habilidades con un hilo que encandilaban a sus hijos
pequeños y que en muchos casos no retuvimos y, cuando nos percatamos de su
importancia y quisimos aprenderlos, en muchos casos ellas ya los habían olvidado
en su edad anciana. Qué desperdicio.
Mujeres
extraordinarias que de niñas y adolescentes hicieron teatro en la escuela del
tiempo de la República o en los patios y corrales de nuestras casonas improvisando
ingeniosos guiones, que cantaban zarzuelas en espectáculos locales que
difundían la idiosincrasia, el vigor y la sensibilidad regionales La
espigadora con su esportilla hace la sombra de la cuadrilla…
Niñas,
jóvenes, mujeres que tejieron una cultura manchega desde aquel ahorro obligado
de un tiempo del revés y desde sus capacidades naturales llenas de fineza y
destreza, de valentía y de ilusión, de ganas de superarse y de ser personas
eficaces y también soñadoras, artistas, relatoras, enfermeras, educadoras,
modistas, bordadoras...
Mujeres
manchegas de una pieza de las que las de las generaciones presentes y futuras
ser dignas herederas. A las que debemos el respeto, el amor infinito y el
orgullo de esta tierra alta y sobria en la que mantenernos para que no pierda
más población, cobijar a nuestros hijos en ella transmitiéndoles
responsabilidad, amor a las herencias materiales y humanas recibidas y valor y
enseñanza para seguir haciéndolas producir. Y afrontar juntos, finalmente,
cualquier epidemia como la del coronavirus presente o como lo fueron
entonces las de la poliomielitis o las fiebres tifoideas, y seguir
contribuyendo al crecimiento de la región y a la honra de ellas, de las mujeres
que nos han precedido.
Por
las cosas bien hechas.
Para toda la población en general en las circunstancias presentes
Muchas gracias por el regalo del relato.
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