NACER, VIVIR, MORIR EN MADRID

Isabel Villalta. 25 de abril de 2023

 
      Plaza de la Cibeles (wwwguiaturisticamadrid.com)



 
Introducción o Prehistoria

Quiero comenzar este ensayo remontándome a los orígenes poblacionales de la ciudad de Madrid, y, de este modo, darle sentido a su ente actual. Los relieves en terraza en la margen este del río Manzanares[1] fueron foco de asentamientos humanos de los primeros pobladores. En esos lugares próximos a la vital corriente de agua se han podido encontrar restos pétreos y osamentas de animales cazados que confirman la realidad de un hábitat homo. Entre las diferentes tribus en las que posteriormente se diferencian las primeras culturas peninsulares organizadas de la antigüedad, los carpetanos se encontraban en el centro, en límite por el oeste con los vetones, con los oretanos por el sur, con los celtíberos por el este y por el norte con los vaceos. El origen etimológico de ´carpetania` es expresivo dentro de las raíces lingüísticas indoeuropeas, cuyos étimos k a r – p e t a n (cfr. Montes Cárpatos, en el este europeo, y parroquia de Petán, en Pontevedra) (más el productivo sufijo antiguo -i a) significan ´piedra, elevaciones rocosas`. Ese relieve orográfico que nombra la toponimia engloba las cordilleras del Sistema Central, los abruptos relieves geográficos de sus declives situados más al sur, así como, entre la extensión mayor que conforma la Comunidad administrativa actual, el suelo de la propia ciudad de Madrid, donde se alternan colinas y plataformas orográficas más llanas y accesibles. Estos relieves más o menos escarpados o formando lomas y oteros se dilatan por la margen derecha del principal paso fluvial en sus riberas, el Manzanares, con posibilidad de expandirse como continuación de desarrollo urbano hacia la margen este del río.

De tal modo, el Madrid actual tuvo su primera fundación hace entre 8.000 y 2.500 años por poblaciones carpetanas ya organizadas, con unos recursos de desarrollo de vida cada vez más precisos y eficaces en torno a las posibilidades que ofrecían el agua, la caza, la recolección de frutos silvestres y los suelos más llanos cultivables (también cruzados de acuíferos o de arroyos superficiales, como más adelante veremos) cuando se fue poniendo lentamente en marcha el desarrollo de la agricultura.

 

Etimología del topónimo

Antes de continuar con la Historia de Madrid, se ha de proseguir este estudio conociendo la etimología científica del nombre de la urbe, y de este modo reconocer mejor el solar donde se ubica.

Debe su topónimo la capital de España a varias corrientes de ríos que atraviesan el eje central urbano, procedentes, como el río Manzanares, de sus sierras circundantes, Sierra de Guadarrama y Sierra de Ayllón (al noroeste y norte de la Comunidad respectivamente), con cumbres de más de 2.000 metros, de las que el pico más alto es el de Peñalara, con 2.428 m., en la Sierra de Guadarrama. La depresión de esos sistemas montañosos hacia el sur, donde se situó el primer asentamiento humano de Madrid, produjo una orografía entre abrupta y ondulante, compuesta por siete colinas (no solo Roma presenta ese relieve geográfico). A m m a es raíz celta preindoeuropea que significa ´madre`, en referencia a una fuente o corriente de agua o a la diosa ´madre de los ríos` (cfr. los ríos Amazonas, Amarillo, Amarguillo, Madeira, Madre de Dios, Amur, Ámstel, Marachel, Mataviejas, Mantaro, e innumerables más con la misma raíz etimológica en la morfología de su topónimo, o el nombre de mujer Amaia). Esta raíz celta a m m a, el latín, por medio de la supresión de la sílaba inicial a m- y el añadido de otro elemento morfológico de etimología también hidronímica, -t e r (m a t e r), o que representa una tautología por significar igualmente ´agua, corriente fluvial` (cfr. río Ter, que discurre por Cataluña), lo transformó en m a t e r “madre”, a la vez que m a t r i x, de donde evoluciona “matriz”. El primer resultado que experimentó al pasar al romance castellano fue m a t r i c “matriz”. A su vez, el árabe conviviente durante el periodo histórico de los numerosos dialectos mozárabes (entre los siglos VIII y XIII), por medio de una metátesis lo transformó en m a y r i t ´arroyo matriz´ (cfr. ahora el nombre de mujer Maira, así como los topónimos Mairena (del Aljarafe, Sevilla) o Río Maior (población de Portugal)). Posteriormente, el nombre de lugar natural mayrit vuelve a retomar su morfología romance m a t r i c, donde, seguidamente, la evolución fonética del castellano sonoriza en -d- la sorda -t- [m a d r i z] ´matriz`. Como podemos apreciar al escuchar a madrileños castizos, aunque la escribanía municipal le asignara una -d final, los hablantes de Madrid suelen retener en su inconsciente el final en interdental fricativa [m a d r i z]. Madrid ´matriz de ríos`. Así, en plural, porque, como se ha adelantado, debajo de la desmesurada superficie urbana de nuestra gran ciudad, trazada sobre un relieve de colinas menores, discurren, como ahora se anotará, otras corrientes hídricas[2]. No puede haber equívocos en el origen del topónimo al reconocer el lugar geográfico e hidrográfico descrito.

Efectivamente, sobre esos cursos de vida, agua vital, y sobre una superficie, aunque ondulante o de más empinados collados, accesible, está asentada la capital de nuestro país; necesariamente los primeros pobladores sedentarios tenían que buscar esos manantiales primarios de subsistencia para llevar a cabo su desarrollo, ya que, dejando hacia oeste en una cuenca más profunda y caudalosa el río Manzanares, es en la Plaza de Cibeles donde convergen tres corrientes fluviales subterráneas[3], sobrealimentadas de esas elevaciones menores en las que se asienta la metrópoli, las cuales, además de haber dado lugar a una zona de pastos y cultivos en los orígenes, fueron reserva de abastecimiento potable[4] para la población de proporciones mucho más reducidas a las actuales, así como desde los siglos más recientes de ornamentación con fuentes de sus plazas.


Historia uno

Sucedió a aquel largo periodo prehistórico de forma significativa, a grandes rasgos, la invasión romana y la romanización de Hispania. Fueron casi siete siglos de establecimiento romano (entre 218 a.C. -Segunda Guerra Púnica- y 476 d.C. -deposición del último Emperador de Occidente tras las invasiones bárbaras que venían acaeciéndose desde más de un siglo atrás-) que supusieron el paso definitivo de la Prehistoria a la Historia. De esa fecunda y larga etapa, transformadora hasta los cimientos estructurales y culturales, en los entornos de Madrid quedan vestigios en diferentes puntos de la Comunidad, desde Alcalá de Henares a Carabanchel, sin ser significativos en el propio Madrid. La caída del Imperio Romano dio paso a la Edad Media. Fue esta una etapa con una Hispania ya latinizada y ahora bajo los reinos visigodos, de la que las laderas entre el Manzanares y el Madrid actual registran enterramientos visigodos. Sus reyes establecieron en la antigua Toletum su capital y decidieron la posterior cultura hispánica, la que, en gran manera, junto a la anterior decisiva romanización, nos identifica en la actualidad.

De poco más adelante, apenas pasados tres siglos, es el latido civilizador humano de la ladera de Pinilla del Valle junto al cauce fluvial del Manzanares. La debilidad de los últimos reyes visigodos produjo la invasión islámica, ocurrida como se sabe en los comienzos del siglo VIII (711). Es de esta cultura de donde procede el foco fundacional de Madrid. Se encuentra en el establecimiento de un poblado defensivo islámico, del cual se conserva en la actualidad un lienzo de muralla procedente del siglo IX situado frente a la cripta de la catedral de la Almudena (Parque Emir Mohamed I). La fortificación desarrolló en su entorno protector una red urbana que fue hasta el siglo XI “una medina ajetreada” (artemadrid,wordpress.com). Este enclave musulmán fue dando paso con los siglos al actual Madrid, la macrociudad que hoy conocemos, una de las mayores de la Unión Europea. El propio nombre de su patrona es árabe, Almudena (> a l - m u d (< m u g (a)) ´la peña` más el étimo indoeuropeo -e n a ´agua` (cfr. río Henares, Viena, Marchena, Requena…) (a l - m u d - e n a ´el mojón o término junto al río`), en referencia a la cercanía de la corriente de agua en la que se situaba el poblado, así como, muy probablemente, la primera mezquita, sobre la cual se construyó, una vez sucedida la reconquista en el siglo XIII, la posterior iglesia que fue derruida siglos después durante la revolución de 1868 (“la Gloriosa” o “Septembrina”). La catedral volvió a iniciar su reconstrucción en 1883, durante el reinado de Alfonso XII, y fue consagrada más de cien años después, en 1993. El lienzo de muralla islámica conservado fue declarado Monumento Histórico-Artístico en 1954.

A su alrededor, extendiéndose hacia el lado este del curso fluvial, como si de una frontera se tratara, pero, además, buscando elevaciones libres de inundaciones fáciles de producirse hacia la pendiente en la orilla oeste, se fue extendiendo el núcleo urbano de Madrid, el que iba a crecer a lo largo de los siglos posteriores hasta la saciedad y convertirse, con sus altibajos demográficos por diferentes causas en el devenir de los siglos, en la ciudad mayor de España y la capital del Estado.

 

Historia dos

Tras el paso por la Edad Media y cuando, significativamente, en los inicios del siglo XIV (1309) se celebran unas Cortes del Reino de Castilla, convocadas por el rey Fernando IV, hijo de Sancho IV de Castilla y María de Molina, con intención de demandar subsidio para ir a combatir a los musulmanes del reino nazarí de Granada, el enclave madrileño se había venido manteniendo con una demografía media de 5.000 habitantes. Pero fue a finales del siglo XV cuando duplica esta cantidad de vecindario, desarrollo demográfico acaecido durante el reinado de Enrique IV, hijo de Juan II de Castilla y María de Aragón y hermano de Isabel la Católica, a la vez, padre de Juana la Beltraneja, al cual algunos historiadores contemporáneos lo llamaron el Impotente, poniendo en duda pública que Juana fuera hija suya (sino de Beltrán de la Cueva, valido del rey). Este monarca castellano reúne nuevas Cortes en Madrid para la jura de la heredera del Reino, Doña Juana, a la cual, como sabemos, le arrebata la corona la propia tía, la hermana del rey Isabel luego llamada la Católica, en litigio provechoso y combativo, apoyada por una cohorte de nobles y eclesiásticos a su favor, tomando como escusa la desconfianza de paternidad suscitada.

Antes de esta usurpación del Reino de Castilla a la heredera por parte de su hermana Isabel, el monarca promueve el acondicionamiento de la Plaza de la Villa[5]. Hace que se acometa un mayor ensanchamiento urbano en el entramado de calles en torno a la anterior plaza por medio del derribo de numerosas viejas casas. Al mismo tiempo tiene lugar, en parte del mismo solar, la construcción de la primera Casa de los Lujanes[6], en la cual más adelante, aunque parece que no hay constancia, puso empeño en su restauración con intención ad hoc de celebrar en su noble sede las Cortes en las que presentaba a su hija Doña Juana como heredera del reino. En cualquier caso, la Casa de los Lujanes es hoy uno de los edificios más antiguos de Madrid, en cuya arquitectura aparecen vestigios medievales de inspiración árabe[7]. Este monarca concede asimismo el título de Villa a Madrid, dándole el nombramiento de Noble y Leal Villa el año 1465. Una placa conmemorativa colocada en 1991 por el ayuntamiento recuerda a este rey castellano como benefactor de la ciudad. Cuando este monarca nombró a la población con el título de Villa se está desarrollando en España la Edad Moderna, el Humanismo y el Renacimiento.

 

Historia tres

El reinado de los Reyes Católicos aún celebró cortes en diferentes lugares del reino, tales como Madrigal, Valladolid, Burgos, Segovia o Toledo. Es a partir del desarrollo de la dinastía de los Austrias, iniciado con el régimen de su nieto Carlos I en 1516, pero más concretamente durante el gobierno de Felipe II, monarca que en 1561 traslada desde su ubicación en Toledo la Corte a Madrid, cuando la ciudad experimenta una notable expansión urbanística. Madrid se convierte de esta forma, no solo en polo de residencia más estable y sede más asidua de celebración de cortes, en alternancia solo con Toledo y Segovia, sino a ser designada como la capital de España. Sin embargo, la condición desde la Edad Media de Corte itinerante llevó incluso ahora a la corona, por manejos del valido del hijo y sucesor rey Felipe III, el Duque de Lerma, a fijar sede en Valladolid por cinco años, ocasión en la que Madrid ve disminuir su población y empuje urbanístico en favor de la capital Vallisoletana. La corte regresa definitivamente a Madrid en 1606, convirtiendo a la urbe de nuevo en eje de la corona y a retomar su imparable desarrollo poblacional. Los Habsburgo perduran en el poder hasta 1700. A ellos les sucede la casa de Borbón, siendo Felipe V el primer monarca de la dinastía.  

Con el reinado de los Borbones Madrid aprecia un nuevo giro urbanístico y cultural. Lo hace significativamente en el siglo XVIII o de la Ilustración con Carlos III, llamado “el mejor alcalde de Madrid”. Bajo su reinado, no solo se modernizan las costumbres y la vestimenta de los habitantes y viajeros por Madrid, como el despojo de capa y el cambio de sombrero de ala ancha por otros de ala estrecha en los hombres, como medio de evitar ocultamientos alevosos y nocturnales, sino también la propia ciudad con la instalación de Iluminación, ensanchamientos viales y ornamentación clasicista de sus plazas y paseos (Paseo del Prado, Paseo de Recoletos, Fuente de la Cibeles, Fuente de Apolo, Fuente de Neptuno, Puerta de Alcalá, Jardín Botánico…); asimismo este rey tiene en cuenta la importancia de edificios públicos dedicados a las Ciencias, las Artes y la Cultura, levantándose y nutriéndose espacios museísticos como pinacotecas o academias (Museo del Prado, Real Academia de la Lengua, Biblioteca Nacional y toda una serie larga de museos y edificios públicos dedicados al saber y el deleite de las Bellas Artes que, más pronto o más tarde, son iniciativa de inspiración y obligación para sucesivos mandatarios). Paralelo a este despliegue de atractivos socializadores y humanistas, crece un conjunto de palacios que la nobleza residente en la capital construye (palacios de Liria, de Buenavista, Villahermosa y Osuna, así como el de la Telefónica, situado en la Gran Vía, o el Palacio de Cibeles, donde actualmente se encuentra la sede del Ayuntamiento de Madrid). Este crecimiento demográfico y las múltiples ofertas culturales de Madrid promueve la construcción de hoteles para dar alojamiento a quienes no residen en la ciudad, y entre posadas y hostales destaca la construcción de hoteles de lujo como el Ritz o el Palace, que con su bella arquitectura se suman a los grandes y nobles edificios contemporáneos o, todo el conjunto, lo hacen en armonía de elegancia y empaque con otros antiguos como el Palacio Real, la Iglesia de los Jerónimos, la de San Francisco el Grande, Monasterio de las Descalzas Reales, Monasterio de la Encarnación, Ermita de San Antonio de la Florida…; y de igual forma con teatros que vienen apareciendo desde los siglos XVI y XVII, como el Español o del Príncipe.  El siglo XIX continúa el desarrollo de más monumentos de carácter cultural, como el Ateneo, de principios de siglo, el Palacio de las Cortes, sede actual del Parlamento Nacional, construido en 1850 sobre las ruinas de la iglesia del Espíritu Santo, o el Teatro Real o de la Ópera, edificado también en 1850, así como el Círculo de Bellas Artes, que se extiende a 1880 o el Teatro Lara, junto a un amplio catálogo de gran o menor entidad de edificios sobresalientes. Inmuebles nobles públicos o privados que, a lo largo también del primer tercio del siglo XX, se alternan en principio con bloques de viviendas de estilo barroco, renacentista o modernista y el más extenso entramado de edificios comunes, que adoptan estilos relacionados con el vigor de las modas y las antiguas o más modernas técnicas de construcción. Hasta la Guerra Civil del 36-39 en que las casas de Madrid sufren serios daños, y avanzada la posguerra se empiezan a levantar minúsculas viviendas para las familias emigrantes empobrecidas por el desastre bélico, Madrid no vuelve a recuperarse y a ser diferente hasta la llegada de la democracia y el desarrollo económico del país a partir de los años ochenta del siglo XX. El progreso afianzado junto al desarrollo de los recursos y las infraestructuras, el empleo y la calidad de vida llevan a Madrid a tomar la cara actual por la que se lo conoce.

 

Actualidad y fin de la Historia

Madrid es ya la ciudad moderna en que ha venido convirtiéndose desde mediados del siglo XVIII hasta el XX y el XXI, la que conserva entre la monumentalidad levantada durante los tres últimos siglos anotados, edificios historicistas; la ciudad donde estuvo y se conserva desde finales del siglo XIX la Residencia de Estudiantes al abrigo de la Institución Libre de Enseñanza (ILE); donde se encuentran numerosos Colegios Mayores, universidades privadas o el Campus de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), en funcionamiento desde el primer tercio del siglo XX, el conjunto, Ciudad Universitaria. El Madrid de los estadios de fútbol, los velódromos, el hipódromo de la Zarzuela; el de colegios, institutos y academias privadas; el de Hospitales y clínicas también privadas, gimnasios, embajadas, casinos, clubes, residencias de ancianos…; el Madrid que alberga cinco grandes parques, entre ellos el del Retiro con su estanque artificial conducido por un geiser y su Palacio de Cristal, además de otros edificios como el Palacio de Velázquez, donde se llevan a cabo exposiciones… Todo un grandioso entramado urbano con barriadas antiguas de calles estrechas o ensanchadas, adaptadas a la circulación de coches particulares, autobuses, furgones de reparto, taxis o ambulancias y coches de policía con sus ruidosas sirenas; ciudad de modernas avenidas y edificios rodeados de jardines, como la Ciudad Lineal, o de barrios periféricos donde crecen hipermercados y parques temáticos, o de un magnífico eje céntrico transitado por toda persona que llega a Madrid.

Es este el Madrid actual que duele o que acaricia. El de establecimientos cerrados o ruidosos o en los que pasar momentos agradables para el recuerdo, el de la Gran Vía que se trazó derribando viejos edificios en 1910 y es el bulevar más famoso de Madrid, lleno de salas de cine, teatros, comercios y cafés; la de la Puerta del Sol donde se encuentra el kilómetro cero de las radiales del país y el edificio más representativo con su torre del reloj y sede de la Comunidad de Madrid, donde toda noche de Fin de Año se concentra una multitud de ciudadanos a enfrentarse con la cara de Jano; lugar también conde se yergue el célebre Oso queriéndose encaramar a tomar los frutos del madroño; el Madrid de la preciosa Plaza Mayor llena de terrazas en cuyo centro destaca la escultura ecuestre de Felipe III, o la de Callao, entre otras arterias, plazas o glorietas, todas ellas llenas de la luz y el ajetreo del día o en las que desde primeras horas de la noche extienden su manta múltiples personas sin hogar para dormir, la mayoría inmigrantes, o los mismos lugares donde sacan vecinos de la ciudad sus perros, colocados igualmente sobre mantas, a que sean espectadores de los movimientos de las primeras horas de la noche. El Madrid del tráfico incesante alternándose con los pasos de peatones al aviso de las luces roja o verde de los semáforos, el de paso de grupos de estudiantes llenos de jovialidad durante los días lectivos de la semana, o el de voces jóvenes hasta las seis de la mañana los fines de semana. El Madrid de la gente elegante o la que viste mugrienta o más cuidada pero que te extiende un vaso de plástico para que deposites en él alguna moneda. El Madrid de personas con maleta llegando o marchándose a la salida de hospedajes tal vez desde sus estaciones de tren de Atocha Almudena Grandes o Chamartín Clara Campoamor, o la ciudad de quienes van con cartera y corbata a sus despachos u oficinas o a sus tiendas o talleres con vestimenta corriente. El Madrid para llegar a resolver asuntos administrativos o llevar a cabo citas médicas especialistas; o el de padres procedentes de municipios de provincias distantes a pasar una semana o un mes y cuidar a sus nietos mientras los hijos trabajan o salen de viaje. El Madrid de las largas colas frente a los museos o el de mujeres y hombres apresurados con una bolsa de plástico con la compra del día. El Madrid de barriadas elegantes y tranquilas con la pátina de moradores ilustres de ahora o de otro tiempo, zonas en las que no existe comercio sino cafés y restaurantes en los que tomar una copa o una cena en grata compañía, o el de calles con tascas o locales abarrotados y de aceras con gentes diversas y la calzada con un tráfico incesante de día o que disminuye cuando llega la noche, produciendo placebo, una sensación relajadora y balsámica. El Madrid de los autóctonos que pasean o realizan sus asuntos de forma tranquila, o el de los turistas que miran un plano y toman a la vez un bocadillo o una bebida en tanto siguen avanzando. Madrid. La ciudad desorbitada compuesta por una extensa maraña de calles, avenidas, cruces, rotondas, plazoletas o plazas abiertas desde el corazón de la urbe en dilatación de ansiedades hacia otras y otras hasta llegar a barriadas de su cinturón alejado, donde con frecuencia tampoco falta de nada, centros sociales, bibliotecas, escuelas y clínicas. El Madrid de las bocas de Metro y escaleras y más escaleras que dan a subterráneos de andenes donde bulle un hormigueo constante de seres humanos, creciente en las horas punta o descendente en el atardecer y las horas nocturnas. El Madrid casi siempre en obras en un sitio o en otro o varias a la vez en el mismo lugar que obliga a pasar bajo andamios o a cruzarse con excavadoras, apisonadoras o carretillas mecánicas. El Madrid de la competencia ideológica y el de la especulación, el de la prensa y la televisión estatales o nacionales, el de perderse o el de encontrarse, de salir a la calle a que dé el aire cada día o el de permanecer en la vivienda quizás en un séptimo y en cincuenta metros cuadrados viendo pasar la vida por las pantallas del portátil o del ordenador o diseñando currículos, mientras los padres preparan la comida de todos los días. El Madrid de las ilusiones y la felicidad por el desarrollo profesional en trabajos correspondientes y adecuadamente remunerados. El Madrid de los o sea o de la palabra y el tono modulados con un cerebro lleno y un corazón dulce y amable. La capital del estado español que absorbe a medio mundo del país mientras quizás se ha dejado en los lugares de origen una vida próspera, más económica, más tranquila y más saludable, o el de familias madrileñas desde aquellos primeros siglos atrás que supieron desenvolverse en la ciudad de las mil caras, y han aprendido a buscarle la buena. La Matriz del Estado donde tienen su residencia más de 3,000,000 de personas, a las que hay que sumarle la ingente cantidad de visitantes diarios por motivos laborales, burocráticos, turismo o desplazamientos a tomar el avión desde su abusivo aeropuerto, o el Madrid que duplica su demografía si le añadimos el número de canes u otro ser animal con los que conviven -y se esclavizan- los residentes.

Madrid para nacer, vivir o morir eternamente, o para buscar momentos de escapadas necesarias a otros lugares a ver quizás el mar y dialogar con él, o tal vez una luz de vida diferente, paisajes de campos labrados que nos dan de comer, o criaturas (padres, hijos, hermanos, amigos…) que nos quieren y a las que queremos, cuando no habíamos escarmentado con el paso de los siglos y creíamos que todo lo bueno seguía estando en la corte y, quizás, hacíamos desprecio de aldea. Nunca es tarde para ver paraísos.

 

Isabel Villalta. Nace en Membrilla y reside en Manzanares (Ciudad Real). Es filóloga y escritora y directora de la revista Raíz y Rama. 



[1] Nace a 2000 metros de altitud en la Sierra de Guadarrama y, con un recorrido de apenas 100 kms., desemboca formando un delta en el río Jarama, éste, a su vez, con desembocadura en el Tajo.

[2] Información de campo de Rafael Fraguas de Pablo, periodista experto en historia de Madrid.

[3] Los asentamientos iniciales de Madrid se ubicaron en una zona de abundantes aguas, suficientes para una población de miles de personas (Wikipedia).

[4] Hoy es el Embalse de El Atazar el que abastece la Comunidad de Madrid, y el Canal de Isabel II la empresa pública encargada de llevar el agua a los hogares de la capital. Se trata éste de una compleja red de suministro de agua puesta en desarrollo por la ingeniería hidráulica en 1851, debido al gran crecimiento ese siglo de la urbe, agua ya tomada de lugares alejados de la ciudad como el Embalse de Lozoya.

[5] Antes llamada de San Salvador y ahora así denominada a partir de las actuaciones en favor de Madrid de este monarca castellano.

[6] La construcción de la Torre es de principios del siglo XV, mientras que la casa anexa lo es de finales de la misma centuria, comprada en 1450 por Pedro de Luján, camarero del rey.

[7] Esta Casa palaciega ha sido sede de la Academia de Ciencias Morales y Políticas y, en la actualidad, Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, institución de carácter benéfico-cultural, creada por Carlos III en 1775. Se encuentra instalada en la Torre.

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