GRISNEGROTERRORDOLORVACÍO

 

Con solo una palabra se puede escribir un poema que lo expresa todo. Una palabra terrible, que forma un verso decasílabo, creada por otras cinco palabras a la vez como los dedos de una mano. La mano que aprieta un gatillo destructor o, si limpia, que escribe en la pizarra palabras de justicia, concordia y esperanza, el valor de las palabras para tejer una unidad social, histórica y afectiva. Las naciones no se hacen solo con infraestructuras hospitalarias, educativas, viarias, de suministro o administrativas, sino, quizás lo más importante, con palabras. Las que tejen una red de historias y conversaciones entre sus vecinos y ahondan en sus esencias más profundas desde generaciones, palabras con las que nos comunicamos y con las que nos identificamos desde su sentido más expresivo y neurálgico, palabras en un idioma en el que somos competentes porque las escuchamos por primera vez desde el vientre materno y con las que nos han arrullado y educado, nos saludamos en la calle o con los vecinos. Palabras que están perdiendo en Palestina a sus hablantes por los bombardeos indiscriminados exterminadores de Israel y sin sus maestros. Refaat Alareer era profesor en la universidad de Gaza y por medio de la expresión hablada y escrita buscaba la paz, la libertad y la justicia. Esto enseñaba a sus alumnos, el valor de las palabras a través de la concisión expresiva de la poesía. Su proyecto Cultura para la Paz Sostenible e Inclusiva (CUSP) ha quedado truncado con su muerte, con solo 40 años, en uno de los bombardeos israelíes el pasado 7 de diciembre. Terrible resultado, como el de tantos niños y adolescentes u otros mayores que están dejando desértico y en ruinas el territorio asfixiado por las presiones violentas y deshumanizadas del ejército israelí.

 

Aproximación a la Historia

El problema de una tremenda conflictividad entre israelíes y palestinos lo arrastra la Ocupación del territorio de Palestina, por una parte, que pertenece al pueblo mayoritariamente musulmán desde siglos, y, por otro, la secular necesidad extrema de la comunidad judía de encontrar un lugar en la tierra para hacer patria, la misma que tiene sus derechos históricos en Judea. Este topónimo significa ´tierras montañosas`, la región que se encuentra en el centro de Israel, parte de la Cisjordania actual, y de ahí el gentilicio de sus moradores más antiguos. Los judíos se rebelaron frente al poder de Roma y en el año 70 de nuestra era el general Tito mandó destruir el templo de Jerusalén, del que hoy solo se conserva el Muro de las Lamentaciones, y se produjo la expulsión de los judíos. Este pueblo fue obligado a una diáspora masiva y a una vida siempre errante dispersa por el mundo. Su establecimiento y concentración comunitaria en juderías terminaba arraigando, desarrollando entre los habitantes oriundos enriquecedoras convivencias o, por el contrario, excesivos y violentos rechazos a su cultura y creencias religiosas. El problema se acentuaba cuando en ciertos territorios se producían otros credos que querían imponerse, tal como pasó en España con la conversión al catolicismo en el siglo VI (año 587) por iniciativa del rey visigodo Recaredo y la población se sentía autorizada y dueña de sus territorios y costumbres. Esto fue lo que pasó con la amplia comunidad judía que vivía en diferentes ciudades de la Hispania de entonces, para ellos Sefarad. Este pueblo fue de grandes artesanos y hábiles comerciantes. Vivían en juderías y era gente sabia y religiosa y practicaban la enseñanza en universidades como las de Sevilla, Lucena, Toledo o Zaragoza. Desarrollaron el conocimiento y el comercio. Sin embargo, las epidemias de peste de los siglos XIV al XVII que, como a otros países, afectaron de manera extrema a España, hacían que desde los púlpitos y el poder real y la nobleza señalaran a los judíos como causantes de la catástrofe que afectaba a la salud y causaba tantas muertes. El pueblo ignorante, la masa maleable, se enfrentaba a ellos y arrasaba las juderías, ejerciendo el pillaje y destrozos, quemando sus casas y las sinagogas e incluso asesinando a sus moradores, mientras los poderosos no solo instigaban a semejantes atrocidades, sino que no ponían freno a estos actos de desprecio y salvajismo incriminatorio. De este modo, se los obligó a vivir en guetos y sometidos a una disciplina de horarios de salida a la calle, señalados, con episodios muy sangrientos como el desencadenado el 6 de junio de 1391 en Sevilla y extendido como un reguero de pólvora en diversas ciudades de Castilla y Aragón. Continuaron cien años más en España en esas condiciones no siempre controladas y en 1492 se produjo su expulsión por los Reyes Católicos.

Tras muchos y conocidos avatares de convivencia y rechazo en diferentes naciones y ciudades del mundo desde hace más de 2000 años, el sionismo fue una iniciativa en 1917 de Theodor Herzl, filósofo, periodista y dramaturgo de ideología sionista (Sión es uno de los montes en Jerusalén), para lograr hacer regresar a los judíos tan mancillados a sus antiguos territorios, las tierras de Judea. Los primeros asentamientos, no obstante, se iban haciendo por tierras del este de Palestina y, especialmente, en Jerusalén, en torno al monte Sión y no siempre en la antigua patria montañosa de Judea. Hasta que, después de la Segunda Guerra Mundial y el holocausto nazi (de seis millones de judíos, entre ellos también gitanos) llegó el abrupto desenlace en 1948 de la creación del estado de Israel apoyado por las NNUU. Este avasallamiento obligó por la fuerza de las armas y la moral reforzada de los israelíes por el apoyo internacional, a que fueran desplazados alrededor de 750.000 musulmanes de sus legítimos territorios en Palestina y se establecieran en países como Egipto, Irak, Líbano, Irán o Arabia[1]. La historia de Israel y Palestina, en fin, es de una complejidad histórica extrema y de constantes ocupaciones y ataques a una legitimidad muy cuestionada. Lo cierto es que lo último es la violencia, todo tipo de acoso por el miedo y acciones terroristas, así como la expansión sin control del pueblo israelí, que sigue sin definir sus fronteras, situación a la que nadie pone control legal. Y lo último, claro, es el genocidio que se está produciendo en estas fechas del pueblo palestino como respuesta de Israel a un ataque de guerra, el que se produjo, con conocimiento previo o sin él del gobierno israelí, el pasado 7 de octubre en Israel junto a la frontera con Gaza.

 

Las palabras como salvación

Efectivamente, las naciones se hacen con palabras. El Dr. Refaat Alareer ha sido un defensor de su uso como medio para lograr la paz, la libertad y el entendimiento. Su muerte en uno de los bombardeos a principios de este diciembre de niebla y de dolor ha dejado huérfana a la comunidad palestina que tan masacrada va quedando como medio educativo para reforzar su moral del bien y la concordia, la belleza y concisión de las palabras en versos en los que no falta ni sobra nada y dicen todo lo que es necesario expresar para conseguir los acuerdos que derroten a los tiranos, que ensalcen a las personas de bien y se instalen en el poder gobiernos llenos de sensatez, responsabilidad y grandeza. El origen semítico espiritual de los dos pueblos, como bien dice Rafael Fraguas en la conferencia citada, debe ser el nexo que, en un respeto a las creencias, termine de una vez por todas con setenta y cinco años de repetidos conflictos y matanzas y llegue ya el desarme definitivo y la convivencia en paz, la buena administración sin desfavorecidos y el respeto cada uno a sus fronteras legítimas y definitivamente establecidas.   

 

A pie todavía de bombardeos

Así, porque no se puede tolerar ya por más tiempo que en los destructivos ataques de Israel sobre el pueblo palestino en la Franja de Gaza a modo de venganza salvaje por aquella otra atrocidad (otra más entre las muchas ya en defensa de su suelo desde hace ocho décadas), en una cadena de presiones, de necesidades y apoyos internacionales en favor de unos o de otros; en el momento en el que el terrorismo ha pasado a ser un ataque de aniquilación total por el mayor poderío armamentístico, están muriendo niños, adolescentes y mayores. Esas actuaciones bélicas deshumanizadas tienen el fin de un exterminio. Ni hogares, ni familia, niños y adolescentes que crezcan y reafirmen su pueblo y su cultura, su derecho a su suelo y a la vida, ni médicos, ni maestros, ni agricultores… Tanto que teje el alma de los pueblos. Está quedando, por el contrario, un territorio anegado de destrucción de todo tipo. Ni campos de cultivo, ni aves, ni vegetación, ni hogares, ni familias…, ni palabras que narren su destino impuesto por errores de las potencias internacionales hace setenta y cinco años (“si he de morir, debes quedar vivo para contar mi historia”, dijo Alareer cuando supo que podía morir en esa atrocidad). Errores que lógicamente no son aceptados por los perdedores y, con estímulos de todo tipo, refuerzan a quienes fueron orientados y destinados a una tierra mítica, injusticias que han de ser ya de todo punto solventadas.

Refaat Alareer era un profesor del bien por medio del uso de la palabra lírica en la universidad de Gaza. Judío toma semánticamente, como apunta Santiago Alba Rico en su artículo del 23/12/23 en el diario digital Dominio Público, ´el dolor universal de la eterna víctima`. Racionalmente, desde la etimología, significa ´habitante de Judea`. Los gobiernos y organismos internacionales tienen que conjugar los dos significados en la urgente puesta en marcha de una solución definitiva, pero amparando y dando impulso de autosuficiencia a la comunidad palestina, igualmente mucho tiempo excluida, perseguida, despreciada, expulsada, maltratada, herida, asesinada como la judía, la que, del mismo modo que antes fueron víctimas en tantas naciones donde hicieron "patria" y de la que tanta herencia tenemos, en España con solo decir, por ejemplo, "hacer sábado" (´limpiar la casa` en el sabat) como decían nuestras madres, ahora se han convertido en verdugos de los palestinos. Son muy tristes estos virajes. Es tiempo de igualdad y de justicia y de hundir las armas en el agujero más profundo y empezar a preocuparse por el progreso, el entendimiento y la felicidad de los habitantes palestinos de esos territorios.

Hacer uso del poder de las palabras: Nuestra historia esta envuelta en el dolor más profundo, tal como dice Alía Khaled Madi, escritora palestina y alumna de Refaat Alareer o, como también indica: Nuestras historias de terror atraviesan las capas sofocantes de silencio y vergüenza que envuelven a la humanidad, y que queden poetas auténticos en esa tierra destruida, que ha de convertirse ahora en un mejor hogar, para alcanzar la concordia y la amabilidad de la tierra fecunda y soleada justamente repartida en todo su potencial y apoyada por naciones poderosas, las que tienen muchos otros buenos motivos que beneficien a la humanidad y la salud en la tierra y lograr ganancias que sean debidamente repartidas. 

Veamos este poema de Jorge Camacho en el libro reeditado Palestina estrangulada (primera edición, 2018, editorial Cantarabia), que Santiago Alba Rico, filósofo, escritor y ensayista, prologó y es el autor del artículo citado en este que estoy terminando, Poesía y genocidio (Dominio público):

Terrorismo / es hacer estallar / en un autobús de Tel-Aviv / una bomba, / pero destruir con misiles / edificios enteros en Gaza, / a eso la gente culta ha de llamarlo / operación quirúrgica / en defensa propia.

“La única solución para todos los dolores (el dolor que la Ocupación, ahora abiertamente genocida, inflige a sus víctimas y el que sus víctimas infligen a los ocupantes) es el fin de la Ocupación”, nos dice Alba Rico.

Si con pocas palabras se puede escribir un poema que diga mucho, esta que termina este artículo lo ha hecho en una sola palabra, GRISNEGROTERRORDOLORVACÍO, una palabra espeluznante que forma un verso decasílabo, creada por otras cinco palabras a la vez como los dedos de una mano, ya lo digo: la mano que ahora debe estrechar la otra igual de responsable y conmocionada, dolida hasta el tuétano por tanto daño causado, y con un acuerdo firme y definitivo parar la terrible masacre y emprender la reconstrucción desde las bases. Esas actuaciones bélicas deshumanizadas han de frenarse ya. Está quedando un territorio anegado de destrucción de todo tipo, ni cultivos, ni fauna, ni flora… ni palabras que narren su destino impuesto por errores de las potencias internacionales desde los años cuarenta. Tienen que restablecerse los hogares, las familia, que haya niños y adolescentes que crezcan y reafirmen su pueblo y su cultura, su derecho a su suelo y a la vida, médicos, maestros…

Insistiremos, porque nos debe doler: Refaat Alareer era un profesor en la universidad de Gaza que estaba trabajando con sus alumnos en un grandioso proyecto por defender la paz y la libertad por medio de la palabra lírica, un hombre joven muerto en uno de los bombardeos del ejército israelí en estos ya más de dos meses de asedio y destrucción. Judío, en la opinión de Santiago Alba Rico, significa ´el dolor universal de la eterna víctima`. En este genocidio, el colmo de tanto hostigamiento y desplazamiento y otras guerras, palestino quiere decir lo mismo. Que entre todos escribamos palabras hermosas, palabras de vida, progreso humano y alegría social, ahora allí, lugar que -como el asalto militar de Ucrania por el ejército ruso demasiado largo ya-, en el extremo oriental del Mediterráneo, el mare nostrum, debe reinar definitivamente la paz.

 

Isabel Villalta.

Licenciada en Filología Hispánica. 

Directora de la revista Raíz y Rama.



[1] Conferencia de Rafael Fraguas de Pablo en Manzanares, Ciudad Real, el 27 de noviembre de 2023

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