LA TRAGEDIA DE LA DANA

No hay peor cosa que después de una catástrofe natural se echen las culpas a otros del desastre causado, aunque en parte la tengan de, si son gobernantes, no haber hecho todo lo que está en sus manos con la precisa prontitud. De la DANA que ha descargado sobre el levante español, con una naturaleza y virulencia fuera de lo común por diversos factores meteorológicos, algunos como la cálida temperatura del mar debido al innegable cambio climático, estaban los avisos de alerta roja por la AEMET en los móviles de los ciudadanos desde unos días antes de que se produjera. Aunque algunos de esos gobiernos no previnieran y protegieran con contundencia a toda la población por causas de ignorancia, intereses o descreimiento de lo violentos que pueden ser los fenómenos naturales, cada persona es responsable de su propia protección cuando, fijos los ojos siempre en el móvil como se está en la actualidad, ha visto casi seguro esos avisos y ha tenido en cuenta los riesgos de no cumplir las prevenciones transmitidas por los expertos. Cuando después de haber quedado estupefactos y sacudidos en lo más íntimo del ser por daños mortales o de cualquier índole irreparables, a causa de un brutal suceso inusual que nadie humano ha provocado, todavía no se tiene bastante y la bilis salta a devorar a quienes consideran responsables de su tragedia, el individuo está gravemente tocado de una ideología de odio al contrario. En este momento está bien que la persona se detenga a pensar y concienciarse de que si no se conforma con la severidad que ha sacudido su vida hasta los cimientos, puede llegar hasta desestabilizar los de cuanto lo rodea. Si existe el principio de solidaridad y misericordia que ya Cervantes desarrolla en su obra universal como medio de ir más allá del mero ser humano, a la magnanimidad sin fronteras, y consolar tu propio duelo y contribuir a la reparación que azota un mundo, quienes nos rodean y a quienes nos debemos como ellos a nosotros en un principio de sociedad común, nada hay más salvaje que reaccionar acusando, insultando y agrediendo. Nada, momento en el que cuanto se posee de humanidad se disuelve como los puentes, las carreteras o las casas tras el paso de un salvaje diluvio que pone todo patas arriba, del que solo de la naturaleza y como se puede ir comportando, debido a la intervención de la humanidad sobre la tierra, es la tutela.

Estas situaciones in extremis son las que han de llevar a cada uno, sacudido con abominable reacción por uno u otro frente de la Naturaleza o del Hombre, a leer o releer Don Quijote de la Mancha, con gozo y comprensión de la hondura que transmite; debe llevarlo a llegar o volver con la misma capacidad intelectual a Voltaire y su Candide y encontrar el camino que pone solución a los males de la vida, a las catástrofes del mundo, el que vamos los hombres y mujeres haciendo cada día que vivimos.    

Va a costar mucho recuperar esa zona tan severamente arrasada y a sus seres directos olvidar a los fallecidos, pero, en contra, lo grande es recuperar la savia de esencialidad viva, inteligente y sensible que se guarde en alguna recámara del ser.

 

Isabel Villalta

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