LO QUE HAYAMOS APRENDIDO EN LA CRISIS CORONAVIRUS

DESDE NUESTRA PARCELA CONFINADA                                                                                  



                                                                                          Pasado lo difícil de la epidemia



Vistas del confinamiento


¿Te has dado cuenta? Si, durante esta sorpresiva y difícil pandemia que hemos padecido en primavera, y que pareciera ahora en verano haberse alejado o estar contenida, eres de las personas que han estado obligadas a mantenerse en casa, como lo ha sido la mayoría de la población durante el Estado de Alarma, intenta, cumpliendo aún las normas de higiene, protección y separación recomendadas cuando ya puedes salir del encierro, reflexionar sobre tu actitud ante lo sucedido y las estrategias para hacer frente al loco asaltante invisible y feroz que nos ha puesto a raya.


Aunque en diferentes cometidos y su entrega sin descanso como si fuera la liberación de una batalla imprevista, de una guerra perversa, con la disciplina y el brío del soldado (los jóvenes, al frente, los mayores y los niños, protegidos y sin salir a impedir el desarrollo de la buena marcha, pero tantos vulnerables ancianos vulnerados por su osadía sin alma), cada cual le ha ido poniendo veda al enemigo con tu misma actitud responsable.


Son ellos, los que han estado en el frente, quienes han dado el pecho en la dura contienda, lanzando tanto bueno, patrimonio de la patria y de cada familia (Estrategias: Este virus lo paramos unidos, Quédate en casa…; Informaciones diarias: ruedas de prensa del gobierno y los expertos, exposiciones periodísticas de información y análisis, tertulias, debates, tablas de control del desarrollo; Clases educativas del curso escolar ejecutadas a través de las redes multimedia y que la situación de cierre de los centros no dejara rastro en la formación de los alumnos…, teletrabajo, en general; todo, o caso todo, a través de videoconferencias…; habilidades muchas veces en un rápido master multimedia; Despliegue de fuerzas del Estado: Operación hospitales fijos o en campaña sin tregua: oxígeno, UCI, cariño hipocrático de los ángeles sanitarios, Operación Balmis: el ejército en tareas de desinfección, traslados de materiales, de pacientes o fallecidos; Policía: control del cumplimiento de las medidas sociales o igualmente de ayuda; Solidaridad: la impronta de las buenas personas, agrupadas o a solas: confección de mascarillas, de batas, reparto de alimentos, taxistas altruistas…), tanto… lo mejor declarado y los diamantes pulidos en espera de garganta o anular para realizarse, o en bruto, todavía, que se han inventado, que han aprendido en el enrevesado y repentino curso sanitario, laboral, social y de la vida, como un control del maestro o la maestra en el curso escolar (de la vida) que ningún alumno esperaba.


Un duro y extendido asalto a darle contraataque, recogiendo, enmendando corazas de otras ricias olvidadas, así como las armas del hidalgo Quijano o atendiendo las remesas urgentes de Efesto. Batas, mascarillas, pruebas epidemiológicas…, las espadas de Aquiles y de Ajax, de Ulises y de Héctor como en una Iliada; entregando armamento defensivo (guantes, lociones desinfectantes, protectores duplicados, triplicados… que protegieran Troyas, vidas, vidas... aunque las destrezas y los deseos, tantas veces, no alcanzaran...


En el confinamiento general, obligado, tal vez sin niños en la casa con mayor profundidad, apartado tú casi seguro de tus obligaciones laborales porque la prohibición de salir era imperiosa, atañía a la vida o la muerte, habrás podido entrar en el poder de una obra de arte (libros que te han llevado a otros mundos y han rebajado en tu ánimo el dolor o lo han comparado con otros padecimientos de la historia, o tal vez han puesto su dulzura en los crispadores -tuyos y de los demás- intentos de crítica (eso quedaba para los que se ganan la vida haciendo política), cual si pudieras considerarte el mejor gestor de la crisis, de lo que estaba pasando; las redes informáticas con vídeos de artistas comprometidos y generosos, o con simpáticos modos de ver lo que estaba ocurriendo,  o con reflexiones grandiosas sobre el presente o la historia; conexión con la familia y amigos por mensajes, videollamadas, conversaciones telefónicas…; música desde cualquier soporte que ha envuelto tus sentidos y hasta puede que haya educado tus gustos y, siempre, siempre, habrá paliado en ti el rechazo y los odios y alimentado, en cambio, el reconocimiento de las personas encargadas de dirigir el combate y la paciente espera de su evolución, a base de sortear, en el mundo entero, una brutal agresión para la que nadie o casi nadie estaba entrenado… Seguro -tú habrás de contribuir- que, a partir de la tremenda experiencia, pondremos al frente preventivo muchas más corazas, mucha más sabiduría, mucha más disciplina selecta).


La soledad o la mayor tranquilidad durante días y noches y semanas de confinamiento (en todo el mundo, no creas que solo en tu pueblo, al menos el más civilizado), sin mucho más que hacer, te ha aguzado el ingenio y has creado recetas de cocina, has inventado artilugios prácticos o divertidos, has puesto en marcha juegos nuevos o antiguos, has aprendido modos domésticos de mantener en forma tu cuerpo o, simplemente, has descansado, te has entregado a una relajación del cuerpo y a una limpieza de la mente, al olvido de prisas de años y años hasta hacía dos, tres, cuatro meses, a veces por asuntos banales.


En ese retiro, como cuando alguna vez deseaste ir a pasar unas vacaciones distintas en algún monasterio y ajustar tu equilibrio, tu atención se ha detenido en especial a escuchar la paz que ha reinado fuera, el sosiego, como el tuyo, día y noche de la vida, cual si en una celda teresiana o, en un retroceso aún mayor, en el campo en las edades de la tierra lejanas. El silencio prodigioso que has podido disfrutar para entrar en el interior de tu misma persona; quien, seguro, atendía hasta ese momento los cauces de la paz en los progresos, otros vuelos que no fueran los de atajar o huir de un avispero oculto e impensable en el testero de un muro con olvido de cales.


Vuelos, o a veces sendas escabrosas, que buscaban los canales confiados a una formación de jóvenes que sueñan ser agentes de lo público o ejecutivos autónomos; personas con un proyecto para todos, para su familia y su país, en cualesquiera de los casos, y cualesquiera de ellos también con necesidad de democracias de Pericles, atenienses, que se puede, cuando tanta enseñanza de academias, comunicaciones y siglos posteriores nos han alimentado, nos nutren cada día; los cauces bien regidos que propulsan la fuerza del trabajo y su producto; honestidad, esfuerzo, generosidad, cariño y respeto por las cosas, las herencias de una familia nacional, valores que nos hacen más vivos y dignos y que nos han ido trayendo hasta aquí, aunque ahora haya venido una plaga distinta de langosta, un cólera nuevo, una peste biológica, a dios gracias, sin embargo, porque no lo ha sido por culpa de la soberbia inhumana de los hombres como en pistolas pasadas, algo que jamás, jamás deberá repetirse; una penuria consecuente, sí, también, que habrá de mantenernos más firmes, más enraizados, más luchadores, más contenidos.


Todo aquello que, en fin, ahora, en el trayecto de esta pandemia sanitaria, que quizás en muchos casos habíamos perdido, abandonado u olvidado y, en esta obligación de primavera 2020, apartados, aislados a despistar al enemigo si has sido de los que se han quedado en casa, nos ha llevado, por contra a esa batalla hospitalaria que han librado los mejores soldados de cualquier nación que se precie, porque la salud es lo primero, afortunadamente a sumergirnos en la isla del tesoro (Joan Margarit).


Delante de uno mismo, así el prodigio, en la tranquilidad de las calles con ecos de la infancia o desde el génesis, la ausencia de celebraciones de cualquier acontecimiento por innecesario que fuere, el casi inaudible por ausente rugido de los coches, la respiración más sana de la tierra, el perfume a lluvia o a flores en el aire… mientras se iban sepultando, ay, dolor, muchos frutos excelentes, muchas personas queridas o, también, llegaban al mundo nuevas criaturitas. Que la vida, pese a ese frenazo a que nos hemos obligado para minimizar en lo que se pudiera el daño que en remolino atacaba, siempre continúa, se renueva, nos esparce en el rostro herido nuevas sonrisas, nuevas ilusiones. La vida es un suceder milagroso constante que nos deja el recuerdo de miradas queridas y sus mejores enseñanzas, o nos presenta ojos nuevos, nuevas fuentes de vida.



Últimas preguntas y reflexiones


¿Verdad que has percibido, en este confinamiento sanitario, con mayor nitidez el latido auténtico de tu ser, como así el trinar de las aves que volaban libres por las cornisas y los árboles o en ese cielo que, además de respirar él mismo mejor, les daba a las avecillas que nos alegran los ecos de los días una más saludable libertad, un derecho propio nuevo o renovado? Los cantos y vuelos de los pájaros lo mismo que los tuyos más briosos, más transparentes, criaturas dueñas de nuevo de todos los paisajes, los urbanos insólitos, como tú de tu destino a partir de ahora mismo, en contribución siempre a tiempo a tu familia y tu país y tu fuero más propio.


Esos ecos de la naturaleza o esas oportunidades durante tres meses de cultivar tu cultura, tus sentidos, tu imaginación son las meditaciones en las que te has imbuido y han permitido, casi sin duda, porque tú en el fondo eres la excelente persona que la sociedad necesita, sanear tu conciencia y espíritu y hacerte un humano más valioso. Los arrullos de las avecillas en los aleros, amortiguados antes de este estado de sitio como tal vez tu amor, enfriado en excesivo ajetreo, en necesidad solo de descansos biológicos, han encharcado de dulzura tu pecho; el sonido de la brisa primaveral que en sus tules protegidos ha llevado las voces queridas que has recuperado; el temblor de las ramas donde marzo, abril, mayo, junio que empezaban a abrir los primeros rubores de sus flores y frutos; el sonido cristalino, también, de la descarga en el móvil de tantos mensajes que te han mantenido unido a familia, amigos y compañeros o que, tal vez, te han emocionado por inesperados. Puro, transparente contacto con el mundo a través de muchas ternuras y reflexiones compartidas. Filtros, oxígeno del milagro de la vida, donde tu alma es parte. Vahos, soplos a través de los que habrás podido encontrar el paraíso perdido por medio de Bottichelli o de Verdi o de tantos otros artistas que recrean la belleza del mundo; o por medio -habrás podido acceder también a su grandiosidad- del Decamerón que, a su vez, ha podido en buenas teclas, teclas, teclas… haber alumbrado otro Boccaccio como tras aquella peste de Florencia.


Pero en fin, y de cualquier modo, sin duda, con esa obligación tan sanadora de quedarte encerrado mientras se libraba en campos sanitarios la cruenta batalla por la vida, donde ha habido demasiados caídos, has llegado al tiempo del estío transformado, al final de un Estado de Alarma habiendo notado fieramente desenfrenos y abandonos de hace tan solo cinco o seis meses, y has recobrado en tu espíritu lo esencial, la paz de tu mente y de tu corazón y, lo más duro, has llorado la pérdida de alguno o de varios de tus seres más próximos o más apreciados o su larga y lenta recuperación; o has sentido un aprecio infinito por quienes, grandes jinetes al galope tras él, le han dado expulsión a ese enemigo violento e imprevisto que no diferenciaba, y has contribuido, quedándote en casa, finalmente, a enderezar y poner freno a un ataque brutal al cuartel o las murallas troyanas embestidas por otro tipo de aqueo, en una de las guerras mundiales que jamás, jamás ya hubieses creído. Una lid y la obligación del parón a la vida que dejará, sin duda, unas duras secuelas. Las que necesitarán, no lo olvides, de ti y cuanto has aprendido durante esta pandemia.  


Ahora, entre todos los demás cometidos, dedícate a amar. Ama como lo mejor que se puede hacer siempre, pero, más, cuando la vida, o la muerte, han amenazado con herirnos a todos, sin que nadie tuviese la culpa.


Escucha, escucha otra vez el Nocturno de Chopin, o el Adagio Albinoni, o el Ave María en la voz de Andrea Bocelli...


Un abrazo.
Isabel Villalta

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