PUEBLOS EN EL AZUER
PREÁMBULO
El
asentamiento humano siempre se ha producido en zonas donde el agua estuviera al
alcance. La sed es la principal necesidad que combatir del hombre para
sobrevivir. Si además su fuente se derrama en ríos o arroyos por el paisaje, es
garantía de desarrollo a través de la explotación de otros bienes, como el
cultivo de la tierra o la ganadería. Las extensas comarcas de los históricos Campo
de Montiel y, en menor longitud, de Calatrava de tierras húmedas que
atraviesa el Azuer son foco desde la antigüedad de evidencia de pobladores[1].
EL
SUELO FAVORABLE
El
río Azuer nace en el sudeste de la provincia de Ciudad Real[2], en la tabla horizontal
cárstica que forma la comarca del Campo de Montiel, cerca de la localidad de Villahermosa.
El inicio sur de esta plataforma fisiográfica se encuentra en la vertiente
norte de la Sierra de Segura, en la Bética septentrional, a partir de donde se
abre el extremo meridional de la Meseta de la Mancha. Las precipitaciones que
descargan sobre los altos de ese importante sistema montañoso peninsular,
cuando chocan las corrientes que entran por el Golfo de Cádiz y las de la Gota
Fría de Levante, son el origen principal de su caudal continuo o, en el caso
contrario, su escasez o ausencia de agua. El río se nutre en superficie,
además, de dos aportes principales en la misma área, el Cañamares y el
Tortillo, y tras seguir avanzando aguas abajo, de un tercer subafluente, el
Arroyo de Alhambra, en la vertiente norte de la sierra homónima.
El
paisaje de su cabecera forma hermosos y labrantíos valles al paso tembloroso u ondulante
de su corriente, río de llanura. A partir de su llegada a la falla que divide
las sierras del Cristo y de Alhambra en dirección perpendicular oeste-este,
Vallehermoso, a la mitad aproximada de su total longitud de 100 kilómetros hasta su
desembocadura en el Guadiana por término de Daimiel, las tierras se derraman
como un halda colmada. Lo hace abastecido el río por secundarios aportes, las
cañadas de Montiel, Vieja y Santa Catalina que descienden de los cerros y
serrezuelas que se prolongan al este, paralelas a distancia al río, desde la
Sierra de Alhambra. Los derrames de estas cañadas se efectúan en las cercanías
y entornos de la localidad de Membrilla, donde el río cobra su definitivo
caudal, hasta ir prolongándose, mientras pasa por el cercano extremo suroeste
de la localidad de Manzanares, a su destino en el Guadiana, a unos 25
kilómetros de distancia.
Así
era hasta 1988, año en que se construyó el Pantano de Vallehermoso en ese paso
natural del río, favorecido por las vertientes de las sierras nombradas
elevadas a ambos lados de su curso. Ante los prolongados ciclos sin lluvias
generosas que lo colmen y puedan llevar a abrir sus compuertas para que el río siga su
camino, con un desnivel total aproximado de 350 metros, retiene en su lecho el
flujo hídrico como reserva de abastecimiento humano de las poblaciones
circundantes, La Solana, Alhambra y San Carlos del Valle. Esto provoca que,
desde la fecha anotada, a partir de este punto geográfico el cauce del Azuer aguas abajo paralice
su fluido.
Si
colmado el Embalse por efecto de precipitaciones continuas o abundantes, las
compuertas se abren y el río sigue descendiendo con su bien líquido, ofreciendo
tranquilamente bailarín, por unas tierras llanas de apenas desnivel, su necesaria
vena hídrica a las tierras que, dilatadas en dirección noroeste, aguardan hasta
llegar con caudal al Guadiana; por el contrario, su cauce atraviesa esta
planicie ligeramente honda sin apenas rastro de vida, desapareciendo su flora, sin
juncos cimbreantes sino pajizos y enhiestos, en rígida verticalidad, así como
su fauna, sin peces, ánades y ranas, y con los campos cosecheros a expensas de las
cada vez más profundas reservas subterráneas. Agua garantía de prosperidad desde
los tiempos remotos o tan escasa para la salud y vida de la tierra, su
diversidad natural y las cosechas.
De
este modo, el Azuer puede aparecer abundante y desbordado debido a los
generosos periodos cíclicos de lluvia, o, a causa de su retención en el Pantano
y los ciclos cada vez más prolongados de sequía, en la segunda mitad de su
total longitud hacerlo con su lecho baldío. La perforación de pozos en los
entornos de esas localidades para extracción de necesidad urbana no han dado en
el tiempo los resultados óptimos necesarios, dado que los acuíferos van
escurriendo su fluido hacia las tierras más bajas, siendo esta consecuencia
natural motivo del descenso del agua subterránea en el área de la zona noroeste
del Campo de Montiel y primeros tramos del de Calatrava, la menor humedad en
sus riberas y la dificultad a veces para llevar a término las cosechas.
Las
localidades por las que el Azuer pasa lamiendo sus orillas son Membrilla,
Manzanares y Daimiel; en ésta, además, contribuyendo, junto al Cigüela, que se alimenta en la misma área del Záncara, ríos cuyas aguas van también al Guadiana y descienden de dirección este,
a avenar el Parque Nacional de las Tablas de Daimiel. Este grandioso humedal, de unos 50 kilómetros de longitud, no
recibe siempre el beneficio del caudal del Azuer (como tampoco de los otros dos afluentes), su propiedad hidrográfica y riqueza medioambiental durante periodos de tiempo cada vez más prolongados.
LA
SED Y LAS MOTILLAS
Los
pueblos aborígenes o migratorios en esta zona meridional de la península
Ibérica, oretanos íberos, sabían bien donde establecerse para sobrevivir y
prosperar. En la cuenca de nuestro río buscaron las leves elevaciones que se
abren a fértiles valles próximos a sus riberas, extensas planicies de vega o
calar donde cultivar o pastorear y, también, desde donde ejercer un control en
atalaya de los dominios territoriales y, al mismo tiempo, defenderse de ataques
o incursiones de otras tribus. Tierras remontadas o derramadas del Azuer donde
vertían, además, las laderas de otros sistemas montañosos como el del Peral y
Moral colindantes, o en cuyo subsuelo se filtraban las aguas de lluvia
generando garantía hídrica en superficie o profundidad. Riqueza, no
obstante, visible o latente, variable debido a los prolongados ciclos de sequía
de la meseta y la evaporación de los calurosos veranos, como una forma natural
para domesticar al hombre, Job en potencia, que decidía establecerse a lo largo
de su corriente. Llanura abajo el Azuer hasta su desembocadura en el Gran río
con nombre híbrido árabe e indoeuropeo, Guadiana, con destino en el mar. Si en su tramo final nuestro río no contribuye a rellenar la extensión lagunar de las
Tablas, su extenso humedal único en diversidad de flora y fauna y
reserva ecológica, es una de las importantes causas que provoca la desecación de este Parque. Las Tablas de Daimiel, antes de declararse Parque Natural en
1973 y Parque Nacional en 1980 por el Ministerio de Agricultura, en relación con
ICONA, ha sido motivo de muchos afanes humanos de supervivencia y desarrollo. Del mismo modo ha dejado atrás hacia sureste en el Azuer mucho sacrificio, desarrollo e
ilusiones, otro espacio antropizado excepcional transformado por la mano del
hombre.
Las motillas del Azuer, como en general las de toda la Mancha, son constatación de la presencia del hombre desde la antigüedad en sus riberas. Lugares fortificados de la Edad del Bronce (periodo aproximado en la península Ibérica de entre 4000 y 600 años a.C.) de las que hoy es joya monumental recuperada, declarada Bien de Interés Cultural (BIC) desde 2013, la Motilla del Azuer, en el término de Daimiel, cuya antigüedad concreta se cifra entre 2200 y 1500 años a. C.
Foto de la entrada a la localidad de Membrilla desde el oeste, cerca del paso del río, tomada de Google
MOTILLA
DEL CERRO DEL ESPINO
La
motilla del Cerro del Espino fue el origen de la actual localidad de Membrilla.
Un asentamiento íbero-oretano de la Edad del Bronce que, en un acuerdo
proporcional de reparto del territorio fluvial con los clanes vecinos, como una
democracia de justo aprovechamiento de bienes, se estableció en la margen
derecha del río en este punto exacto. Elevación de génesis primaria, poco
superior a 9 metros, desde la que se dominaba la extensa llanura que se
prolonga en dirección sureste y mediodía, aguas arriba del río, hacia las
sierras anteriormente nombradas o, bien, igualmente identificadas, tierras de
la Serrezuela al este cuyas declinaciones contribuyen a engrosar
su caudal por medio de las cañadas naturales, las que bordean como un anillo lúbrico
la localidad de Membrilla. Al oeste también despejado hasta la alejada Sierra
del Moral y, hacia noroeste-norte, donde hasta el siglo XIII no existía la población de Manzanares, aguas abajo, río Azuer que deja desde el Cerro del
Espino más extensión de territorio despejado. Hacia oeste y Daimiel, nuestro
río daba vida a poco más de 16 kilómetros al antiguo enclave ibero-musulmán de
Moratalaz y sus tierras de explotación agrícola y ganadera. De este modo, el
Cerro del Espino se podía considerar como un establecimiento perfecto de
dominios hídrico y territorial, donde el Azuer ya recibe sus últimos aportes de
desniveles orográficos y desde donde desciende colmado al menos en sus primeros
siguientes tramos o, si los periodos de lluvia son abundantes, presentando
desbordamientos alarmantes o, al menos, espectaculares: el suave deslizamiento de la cuenca del Guadiana a la que pertenece y la permeabilidad del suelo hace
decrecer pronto esas inundaciones.
Salvo
unas escasas prospecciones que se realizaron en 1974[3], en el momento en que se
hicieron los hoyos para plantar el pinar que desde esa fecha se ha alzado sobre
su elevación, habiendo rebajado recientemente de forma notable el número de
unidades en su superficie, y momento en el que se extrajeron algunos materiales
representativos, el estudio arqueológico riguroso de este cerro-motilla no ha
sido, al menos hasta la fecha, posible[4] debido a irse abandonando en
el tiempo su propiedad municipal hacia la Iglesia, donde se halla la ermita de
la Virgen del Espino, posponiendo el interés científico, histórico y
antropológico de su estudio y correspondiente conservación (sin que, seguramente,
afectase totalmente al edificio de la ermita de la Patrona; convivían así desde el siglo XIII, cuando empezó la advocación a la Virgen Madre de Dios tras la Reconquista y el desarrollo de ermitas, o como lo demuestra la pintura de Pierre María Baldí del siglo XVII, así como fotografías conservadas). Sin embargo, su presencia es una de las más claras y
visibles entre las que jalonan las proximidades de nuestro río, que la
arqueología estudia dentro de las facilidades administrativas públicas. Una de
ellas es la nombrada Motilla del Azuer o, igualmente, el Cerro Bilanero de la
localidad de Alhambra; fuera del curso de nuestro río, Alarcos, en Ciudad Real, Cerro de la Encantada, en
Granátula de Calatrava, yacimientos del Cerro de las Cabezas, en Valdepeñas, o
de Oreto y Zuqueca también en Granátula, así como el medieval Castillo de la
Estrella de Montiel, por nombrar unos cuantos[5].
Panorámica hacia el sur desde el Cerro del Espino
Los nombres
de lugar son racionales y estables. Las primeras civilizaciones que poblaron la
península Ibérica dejaron constancia de los lugares que nombraban o fundaban
con la realidad del suelo delante de sus ojos. No se caminaba con las prisas de
ahora. Los pueblos nómadas de la antigüedad avistaban cada perfil del horizonte
y llegaban a él reconociéndolo con exactitud, adentrándose paso a paso o sobre
mulos o carretas en su dificultad o su facilidad fisiográficas, y asignándoles un nombre que ya era común desde el indoeuropeo, desarrollado desde unos 10,000 años a.C. La corriente
del Azuer fue senda sudorosa o bucólica explorada en su total materialidad para
vivir de su riqueza.
Motilla es
variante, entre otras, que proviene de la raíz prerromana m
o l a ´meseta circular y en parte rocosa` (cfr. con diptongo mozárabe ue, muela, y la serie de topónimos: El Molar
(Madrid, Jaén), Mola (monte de Tarragona y Mallorca), Molacillos, Molezuelas
(Zamora), Molanta (Barcelona), Los Molares (Sevilla) o Molina de Aragón). Con
su misma derivación, Mota del Cuervo (Toledo) o Motilla del Palancar (Cuenca).
Otra variante es la raíz prerromana m o r ´montón de piedras, prominencia rocosa`, de donde
topónimos como Mora de Toledo, Moral de Calatrava (Ciudad Real), Morella
(Castellón), Moriles (Córdoba), Morón (Sevilla) o Morata de Tajuña (Madrid)). A la
llegada de los romanos, desde finales del siglo III a.C. (218, desembarco de
los Escipiones), con su arrolladora capacidad conquistadora y civilizadora y un
latín poderoso que empezó pronto a crear escuela, a ese montículo en perspectiva
le dieron otro nombre[6]. Veremos más claro el
motivo de esa denominación:
Sobre
la motilla del Cerro del Espino, como lo podemos comprobar por las
características de otras que han sido excavadas, construyen ya esas primeras
culturas del Bronce sus muros defensivos, almacenamiento de víveres, pozo sobre
los niveles freáticos y precisas viviendas de vigilancia y custodia, así como
abrigo, y en su entorno, por lógica de amparo y desarrollo tribal, otras casas,
almacenes, porquerizas, establos, cementerio. Las tribus peninsulares
comerciaban entre ellas; entre los productos agrícolas y ganaderos, las tierras
arcillosas del Azuer sirvieron para elaborar vasijas que están bajo la motilla
o que se desplazaron a otras regiones a cambio de monedas o de otros productos.
En tiempos posteriores o paralelos, desde la llegada de los fenicios a las
costas del sur, en 1100 a. C., la colonización griega desde el 800 a. C. del
litoral mediterráneo[7], con el influjo cultural y
comercial de estos dos pueblos y el intercambio de productos con las tribus del
interior, así como, posteriormente, la llegada de los cartagineses en siglo III
a. C. (237), coincidente con la expansión de los romanos y el poderío y
rivalidad de sus organizaciones militares conquistadoras, produjeron en el
tiempo, por un lado, comercio y desarrollo culturales pero, también, un choque
de defensas y destrucciones de los antiguos pueblos de la península Ibérica. La
población humana disminuyó con las guerras o se desplazó a regiones que podían considerar
más seguras o, bien, se fue adaptando a los nuevos conquistadores.
Muchos
centros antiguos se vieron abandonados y se fueron derruyendo con el tiempo; con
los costes sabidos por el estudio de la historia o la arqueología, se daba paso
al abandono de unos tiempos primitivos donde la sociedad estaba dividida, y se
alzaba otro de radical transformación en todos los órdenes de la vida, a una
población unida por unas leyes y una lengua comunes. En los comienzos de los
primeros abandonos, sobre lo alto de nuestra motilla del Cerro del Espino los
escombros dejaron un perfil más prominente y visible no solo a su pie sino
también en la lejanía.
En
una traslación de imagen o metáfora antropomórfica, los romanos llamaron a esa
pequeña elevación en la llanura mama.
Un sufijo diminutivo afectivo acompañaba siempre en latín a la raíz etimológica
de los nombres de lugar, –ullus, -ulla, dependiendo del género gramatical. Nuestro nombre en femenino se llamó
así Mamulla. La evolución fonológica
y la transformación de las leguas medievales, especialmente desde la caída del
imperio romano en los comienzos del siglo V d.C. (409, llegada de los vándalos),
en una síncopa vocálica intermedia llevaron el topónimo a ser Mambla por medio de la transformación de la sílaba u en el fonema bilabial
oclusivo sonoro [b] (Mama> Mamula> Mambla)[8].
El
tiempo y la romanización convirtieron Hispania en una península próspera que se
prolongó seis siglos tras todas las conquistas sociales y culturales y unas
infraestructuras civiles de desarrollo y progreso: calzadas, acueductos,
puentes, minas, puertos. Destacaremos por su importancia los yacimientos de la
localidad de Alhambra, en la margen derecha
de nuestro río Azuer y rodeados de otros manantiales, donde las
excavaciones casi continuas desde 1956 están alumbrando excepcionales
materiales procedentes de todas las culturas; los Villares de la Laminium identificada por la arqueología
en este municipio, últimos restos en proceso de excavación, vuelven a demostrar
la relevancia de la época romana a orillas del Azuer, cuyas dimensiones y
valores alcanzan el panorama nacional para la Arqueología, la Historia o la Antropología;
o haremos mención, también, al monumental puente de 34 ojos sobre el río Cigüela,
en la extensa tablilla que forma la confluencia de este río con el Záncara, en Villarta de San Juan, que salvaba el tránsito de
personas o ganado sobre el vasto espacio inundable. Este puente fue declarado
Monumento Histórico-Artístico Nacional en 1983[9]. Igualmente aparecen restos
arqueológicos que están siendo valorados en las demás localidades de la
cabecera del río: Fuenllana (estela funeraria romana y restos del Catillo “Torreón”
del siglo XIII), Carrizosa (Castillo de Peñaflor con diversos niveles de
asentamientos medievales) o Villahermosa (restos desde el paleolítico),
localidad que fue, además, cruce de caminos; desde la toponimia decir que hasta
1444 ésta fue la aldea de Pozuelo,
una denominación más primaria y, a la vez, más objetiva, dado que en sus
cercanías, como se ha referido, nace nuestro río). Las tierras de los antiguos oretanos, los valles y
riberas del río Azuer contribuyeron a la riqueza del Imperio Romano: trigo,
vino, aceite, yeso, barro, arcilla, cáñamo, esparto…, estos últimos materiales
no solo para fabricación de calzado, envases transportables o cuerdas, sino
como maromas para sujeción de velámenes de las embarcaciones. Eran el petróleo
del Imperio. Pero a partir del siglo III la población empezó a sufrir los
abusos propios de un Imperio en descomposición, como las exacciones
tributarias.
La
invasión bárbara y el establecimiento de los pueblos germánicos en la
península, los visigodos, no alteró en gran medida los nombres de lugar
anteriores a los romanos y mucho menos los dados por el latín. Sí se localizan,
mayoritariamente en el norte peninsular, topónimos que, aunque de anterior
fundación celta, son patronímicos godos (Puerto del Alano, Bandaliés (Huesca), Campdevanol
(Gerona) o Guitiriz (Lugo). Aunque entraron, además, otros términos germánicos,
como burgo (paralelo al latín civitas o urbs), que dio origen al topónimo Burgos, o bien otros vocablos
como guerra (que sustituyó al latín belum). Pero la lengua de los romanos,
aunque vulgarizándose entre la milicia y los comerciantes y dando paso a las
lenguas romance en todo el Imperio, era en la que todos seguían entendiéndose. Sin
embargo, de nuevo en la localidad de Alhambra, es importante la necrópolis
visigoda investigada y conservada de Las Eras. Al margen de nuestra corriente
fluvial, los apenas tres siglos que reinaron los visigodos en Hispania, desde
el V a los albores del VIII, lo más significativo fue la cristianización
oficial de la población, a partir de la propia del rey Recaredo (587), como una
medida de refuerzo del poderío de los monarcas, y el arte cristiano, del que
destacar los metales labrados en oro con incrustaciones de pedrería y, en
arquitectura, el arco de herradura. Sin olvidar, claro, la descomunal obra escrita
de San Isidoro de Sevilla (s. VII d. C.), que, entre otras, recogió en sus Etimologías todo el saber antiguo.
LA MEMBRIELLA
A
partir del resultado mambla, del
desarrollo de las lenguas mozárabes después de la invasión musulmana (711), que
ocupó hasta el final de la meseta norte el resto meridional de la península
Ibérica, y la creación de nuevos sufijos toponímicos, como lo fue –ello, -ella, mambla se convirtió en mamblella.
El desarrollo de los artículos determinantes para componer la nueva gramática
castellana antepusieron la, como
corresponde a su género gramatical femenino, al nombre común que era mambla (La Mambla. Cfr. La Solana, El Bonillo, El Toboso o cómo a Moral de
Calatrava, por ejemplo, se le llama aún con frecuencia, con memorias de lógica,
El Moral, o cómo en muchos lugares todavía reconocen Membrilla
como La Membrilla).
De
esta forma, este es el resultado evolutivo de nuestro nombre de lugar: La Mamblella> La Mamblilla> La
Membriella> La Membrilla> Membrilla. Como La Membriella figura en los primeros documentos del siglo XIII,
momento en el que la vocal inicial etimológica cambia de a a
e y la consonante intervocálica l a r
por asociación del topónimo con el nombre del fruto. Es hasta finales del siglo
XIX cuando aparece todavía con artículo y después desaparece en la denominación
oficial de la localidad. Este cambio coincide con el desarrollo del
enciclopedismo, los mapas e indicaciones viales y la escritura, la escolarización
y cultura de la población general, que ya han asentado la finalización Membrilla. Establecimientos rurales
llevan también el mismo origen lingüístico, como La Membrilleja (Tomelloso y Almagro), El Membrillejo (poblado
también del Bronce en el Azuer) o el paraje cercano a nuestra población el Membrillo. Una serie de topónimos con la
misma etimología que el nuestro se encuentra en las provincias de Burgos y
Ávila, teniendo, igualmente, la realidad del terreno como forma racional de
nombrarlos: Sierra de las Mamblas,
Mambrillas de Lara (Burgos), Mamblas y Mambrillas de Catrejón (Ávila). El
nuestro, como podemos observar, registró mayor evolución, así como los menores
con terminación –ejo/-eja. Pero la
realidad topográfica y la toponimia comparada, en cualesquiera de los casos, son
bien expresivos.
La
denominación c e r r o tiene igualmente su origen en el latín (cirrum ´rizo`, ´elevación de tierra aislada
menor a un monte`). Se registran topónimos como El Cerro (Salamanca) o El Cerro
de Andévalo (Huelva), así como varios en diferentes países hispanoamericanos.
Por su parte, Tocón, de una raíz anterior, preindoeuropea, también podía haber sido el primer nombre para denominar a nuestro municipio. El castillo de época árabe, Castillo del Tocón, como otros en su entorno (los de Alhambra, Montiel, Carrizosa, Fuenllana o, incluso, el de posterior factura a la Reconquista y, sin embargo, recuperado, el de Pilas Bonas de Manzanares, siglo XIII) que sobre él permaneció en creciente ruina hasta finales de la década de 1970 del siglo XX era igualmente expresivo en su denominación: t o-(l/ç) es raíz preindoeuropea que ha dado numerosas variantes y topónimos: Tol (Asturias), Tola (Zamora, Lugo), Tolán (La Coruña) o Toledo (España, Portugal). En Francia: Toulouse, Toules, Toulon, etc. Tocón (<toç-), como ésos, en su caso con ese sufijo ponderativo castellano (-ón <one), significa ´prominencia, montecillo` (cfr. en aragonés tozuelo ´cabeza` y tozal ´montaña`, El Tozo, comarca burgalesa o el adjetivo intensivo tozudo ´cabezota`. También, con variante palatal fricativa /ch/, tocho). Como sabemos por la historia, el Campo del Tocón fue muy importante en la historia administrativa medieval de la comarca antes y después de la Reconquista. A partir de ahí, la conservación de nuestro castillo árabe y su presentación histórica y turística bien habrían merecido la pena; bien podrían merecerla.
EL
RÍO AZUER[10]
Finalmente,
Azuer. Un espacio geográfico hídrico
casi en su totalidad transformado por la mano del hombre. Su antropización
seguramente arranca con los primeros pobladores que se asentaron en sus
orillas. De la ansiedad humana del agua para la supervivencia y garantía de
futuro vienen los meandros que en muchos tramos abundan en su corriente.
Retener el caudal a veces escaso del agua para que se filtrase al subsuelo,
controlar las avenidas en épocas de inundaciones, domesticar la corriente en
favor de la tierra que se labraba y los cultivos que se criaban y vivir en esta
planicie extensa, alta y fértil que atraviesa, fue una labor de los primeros
pueblos oretanos, los íberos que traían la sed de los desiertos. Los romanos
desarrollaron la agricultura, explotaron igualmente los diversos recursos de
este río desde su cabecera a su desembocadura, tributario desde la Sierra de
Segura de ese gran río con salida al mar, el Guadiana, que, tras nacer casi
juntos, se cruza más abajo perpendicular a su cauce y se pierde y reaparece en
la zona. Ojos o lengua que manan alegría de vida y prosperidad.
La
llegada de los árabes, especialmente las tribus bereberes africanas, y el relevante conocimiento de este pueblo para
desarrollar sistemas hidráulicos de aprovechamiento de las aguas, así como la
enorme capacidad de trabajo de esos hombres, terminaron por empezar a abrirle
brazos paralelos que remontaran las aguas a establecimientos molineros, hasta llegar a haber a lo largo de sus 100 kilómetros hasta 35 industrias hidráulicas. Caces,
cubos, balsas a las que llamaban azudes [a z u d < a
s s u d < a s s a d], en su lengua porque fueron
los grandes promotores. La influencia de la lengua mozárabe, además de
transformar el sonido y morfología del término, añadió a la raíz árabe el ya
explicado sufijo –el (<-ello),
de gran productividad en la toponimia romance en cualesquiera de sus formas, como en su caso con –o apocopada (como Montiel, Caracuel,
Almuradiel, etc.). Y el nombre de nuestro río se registró para la escritura mozárabe
como Azuel. En las Relaciones
Topográficas mandadas hacer por Felipe II en 1575 los informantes de la
villa dicen: “pasa un río que llaman Azuel”. Con esa terminación –el aparece hasta finales del siglo XIX.
Sin embargo, las vacilaciones populares y de escribanos municipales, siguiendo
tal vez por analogía homónimos con sufijo –ero
(molinero, panadero, yesero) y, de nuevo, con apócope de la –o, convirtieron el final en –er; así seguramente también por influjo
de la terminación verbal -er (moler, raer), terminando por
establecerlo con el actual nombre oficial Azuer.
Qué más da. Lo importante es que traiga agua y, sin abusar de su bien
esencial limitado y común, nos siga quitando la sed.
CONCLUSIÓN
Pueblos
en el Azuer, oretanos, iberos, romanos, visigodos, árabes, cristianos y todo un
desarrollo de la toponimia, a veces más opaca, a veces transparente, a través de
los siglos con rotundo y razonado sentido, que la ciencia lingüística despeja.
Isabel Villalta Villalta (publicado en el libro de Desposorios de Membrilla en 2018)
[1] La Edad del Bronce en La Mancha. Excavaciones en
las motillas del Azuer y los Palacios (Campaña de 1974). Trinidad Nájera y Fernando Molina (Internet).
[2] Origen del río Azuer y características de su
corriente en el término de Membrilla. Manuel Villalta Villalta. Páginas 48 a 51 en el ensayo colectivo Membrilla, crecida por el Azuer,
coordinado por Enrique Jiménez Villalta. Concejalía de Cultura del Ayuntamiento
de Membrilla, 2010
[3] Ver cita nº 1
[4] Normativas de
Protección y Recuperación del Patrimonio de España: Decreto de 22 de abril de 1949
y Ley de 16/1985.
[5] “Membrilla es uno de
los pueblos de la provincia peor tratados para la arqueología”. Honorio Javier
Álvarez García, arqueólogo. Conferencia en el Museo Municipal de Arqueología de
Villanueva de la Fuente, 29 de septiembre de 2017.
[6] El topónimo Membrilla y su gentilicio membrillato (Isabel Villalta Villalta. Sociedad Casa Brunetto,
2005). Revisado y prologado por Pedro Sánchez-Prieto Borja, Catedrático de
Historia de la Lengua. Universidad de Alcalá de Henares.
[7] A los griegos llegados
a Iberia solo les interesó la costa para instalar sus colonias y factorías,
permanecer frente al horizonte del mar, como así lo demuestra el avanzado
estudio científico de la Arqueología o la Historia. La teoría de que Membrilla
fue “una antigua colonia griega llamada Marmaria” pertenece a la toponimia
mitológica, no a la científica, que trabaja con datos reales y contrastados.
[8] Véanse: Los topónimos: sus blasones y trofeos (La toponimia mítica). Álvaro Galmés de Fuentes. Real Academia de la Historia, 2000; el estudio de quien ha realizado este ensayo, arriba anotado, El topónimo Membrilla… o, también, Diccionario de toponimia de los pueblos de Ciudad Real. Alvar Sánchez López. BAM, 2012: “Tiene razón [Isabel] Villalta Villalta (2005: 42) cuando hace derivar el topónimo Membrilla de mambla (…) menos creíble la afirmación de Hervás (1914: 404) quien deriva Membrilla de Marmaria…” (pág. 141).
[9] En la vía romana Item a Laminio Toletum. “El
puente viejo de Villarta de San Juan (en Internet). Luís Benítez de Lugo Enrich.
[10] El río Azuer desde el origen de su nombre (Isabel Villalta Villalta. Edición digital de la Diputación de Ciudad
Real y en papel de Ediciones C&G, 2014).
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