Un tigre sin selva, poemario de José Iniesta (Editorial Renacimiento, 2024
ANTE
LA DESCOMPOSICIÓN DEL ENTRAMADO VITAL
El
poeta José Iniesta Maestro (Valencia, 1962) ya anticipa el contenido del libro
en las páginas iniciales de la obra, “Prólogo a una canción salvaje”. En ellas ejerce
de guía (del lector y de sí mismo, que asimila y explica su obra finalizada
para entregarla con pleno escrúpulo hacedor, con la ética y el conocimiento del
poeta culto y veraz: “La poesía es conciencia del dolor y la dicha”, dice en
este texto apertural) que identifica y certifica el equilibrio inestable del
trance existencial y el mundo, la carencia de la moral necesaria en su conducirse
los hombres, el sacrificio siempre de la inocencia, de los inocentes, frente a
la paradójica falta de responsabilidades de una clase humana o social adulta;
la incertidumbre que supone el hecho de vivir cuando la degradación de todo (medioambiente,
humanismo, cultura, lenguaje, relaciones sociales o diplomáticas…) es evidente,
en cualquier tiempo una constante y solo nos salvan el Arte, la Poesía, el
Teatro reflejo, el Análisis metódico, el Respeto a las Normas, el Poder
juicioso y cumplidor…, la Belleza y el Amor confraternizadores, y no dejar una
tierra, una casa, un alma, sin selva. Esta obra lírico-trágica de Iniesta es
una elegía que lleva como hilos conductores el drama romántico de Henrik Ibsem Pato
salvaje y la rebeldía y descuartizamiento de la obra teatral de Heiner Müler
Fabricahamlet para percibir cada trozo, cada fragmento luminoso y puro tantas
veces hecho unos cristos y alumbrar, si sanamos y recomponemos el puzzle, la
existencia.
Pero
no desvela todavía, claro, los resortes literarios por los que el poemario va desenvolviendo
el tema, los motivos, el desvelo, la poética, el argumento de la pérdida de la
inocencia del mundo…, hasta el suicidio de la niña de Ibsen y en la
fragmentación o descomposición de Müler y la desertización de la tierra
y del propio corazón de los seres humanos cuando abandonan la luz inmaculada de
la infancia, del prístino latir de la existencia. Un tigre sin selva es la
volatilidad de la belleza auroral de la vida y el deseo de entenderla y
reconstruirla, armar desde la exposición trágica su grandeza en la falta de
ambición cegadora.
Llega
aquí el autor por medio de la palabra poética, del drama desarrollado en el
libro y, tal vez, pues de eso se trata al escribir y entregar lectura,
brindarse a sí mismo y brindar a los lectores una severa, dura y contundente llamada
de atención para que el hombre reconduzca sus actos, active su dignidad humana
y cuide del planeta, su casa, y, entre la desolación que se avista en los
poemas, tan trágica, tan plástica, tan amenazadora y hasta ejecutante para
reflejar en tantos escenarios la realidad, descubrir el milagro y la dicha de
vivir, de seguir viviendo. Llevar por medio de este poema dramático a la
conciencia de valorar en su fragilidad la vida, a bombear en el calor del mundo
desde el cariño a su entramado milagroso, su laberinto cincilante, a cuidarlo
primero desde su suelo, desde su clima, desde sus fuentes; a la entrega al
respeto a los semejantes y no desde los desprecios que en uno mismo se
estampan, la violencia que a uno mismo acuchilla.
1-
Desde el título, un vocabulario y una
gramática de la negación y, entre medias, visos de esperanza
El
título de un poemario determina per se el tema que lo conforma. Ocurre
con Un tigre sin selva en el que aparece de pronto desolación. Sin
embargo, agarrándole ya las fauces a este libro, hay que abrirle su léxico y
sus sintagmas para evidenciar el motivo, enlazarlo en el canto, en las
imágenes, en las referencias, en la cadencia, en el dolor y los aportes de
ilusión y esperanza…, y penetrar, con la perseverancia del domador o del
mercader de animales, hasta el final del recorrido, en las entrañas de la fiera,
en la angustia, en el premio perdido, en el tesoro vital que se
deteriora a zancadas en hambriento galope sin que el humano, en una sordera
inconscientemente autoflageladora, lo impida en plenitud de ejercicio, en
concordia coral entre bosques y ciudades y culturas quemados, riadas devastadoras
o matanzas genocidas fraguadas en las vísceras de los poderes fácticos y que el
grito de alerta en un rugido de veintiún poemas y un “Vuelo a ciegas” dramatizado,
así, de un atracón magistral satisfecho, conduzca en la reflexión profunda del
poeta y quien degusta la obra a un movimiento no errado, a un abrazo reconductor
de la vida en sinfines de esfera, eslabón cada cual engarzado en la cadena de
acción del restablecimiento, de la devolución del edén a fuerza de latidos
constantes, de óptimas constantes de corazón… frente a la ruina que se va
apoderando. Sal, niebla, nieve, vulnerada, fatiga, extravío, sombra…
El
libro tiene una voz protagonista que puede identificarse con la del jefe de un
clan primitivo, de las primeras culturas, el princeps senatus sabio,
experimentado en la edad, de saberes empíricos que consultan y atienden los
miembros restantes. Y en primera persona va exponiendo la tristeza existencial del
lastre doloroso de las catástrofes, humanas y naturales, que arrasan la vida, que
hieren o aniquilan a los humanos, que resecan la faz del mundo y sus paisajes, que
rompen estados, que arruinan y exterminan vidas…; la vida don prodigioso y
sagrado conducida por actuaciones y actos que dejan sin su medio a un ser
poderoso, el tigre que es todos y cada uno de los hombres y mujeres (“Todos los
personajes son uno solo”), el tigre arquetipo de cada animal y persona y de la
tierra y la vida. “Miradme en el final, / se ha roto el tiempo (…) / Mirad (…)
/ las lanzas del dolor y de la usura”. Acusa con razón el poeta en la voz alegórica
-una de ellas- del anciano a actitudes culpables. Se alza “Una oración
rebelde”, la suya observadora, comprometida, lacerada, que añora paraísos desaparecidos
en desmanes, guerras, ambición, apatía, ignorancia, negligencias, exterminios…
con la autoridad de su oficio defensor de la vida (“La poesía tiene que ser
humana”, decía Vicente Aleixandre, “si no es humana no es poesía”), de la
proyección feliz de las sociedades, de su bienestar y su dicha y contener las
tragedias, reflexionar, eludir o amortiguar el dolor. El poeta o jefe administrador y cantor de su belleza (amor,
dicha, alma, esta tierra sagrada, grandeza de espíritu…) pero, también, de
su difícil equilibrio si no se escucha, si no se atienden las consignas y
lecciones de las personas doctas, de los profetas, de la sensatez que se supone
un don humano. Y escribe el vate también mimetizado en el felino-fuerza antigua
y su voz, su palabra, “nadie la escucha”… Destaca, prioriza, manda en la
realidad intemporal en que se basa este libro un desdén de poderes con derecho
a veto en favor de sus intereses o sus locuras y no los del conjunto de un
orden mundial, de la sociedad de la selva, o lo hay de quienes no ejercen con
eficacia y trascendencia obligaciones perícleas, democráticas en su firmeza por
el bien del conjunto, la fauna, y el lamento es “lanzada a la infinita oquedad
del Universo”. Herrumbre, destierro, desierto, alucinación brutal del viaje…
Pero
no la ruptura, jamás la desaparición si leemos con atención los folletos, las
indicaciones, los nobles e inteligentes mensajes de la conciencia del Estado Selvático,
lo cierto y toda la maraña que funde un suelo alfombrado, un aire limpio, una
atmósfera purificadora, la risa de los niños, la confianza de los mayores… que se
corrobora a pie en las distancias y el tiempo, sus experiencias opuestas. A
examinar realidades viene este poemario, Un tigre sin selva, y a invitar
a apretar entre todos las lazadas que sostengan, que sostienen, la radiante, hermosa
y balanceante trenza dorada de la vida. Visibilizar, llamar la atención sobre
el deterioro, y conducir desde el hondo del verso, desde la poesía código
sublime con su incuestionable nobleza, la acción en favor de la Casa o del alma
que nos dan cobijo, el planeta y el ser, la selva que supuestamente gobernamos
desde dentro hacia afuera, con sus consecuencias. Que más allá, en el cosmos,
hay un mundo inmenso sin posibilidad alguna de que acoja nuestra necesidad de
respirar, de vivir, de soñar como pensara el renacentista Giordano Bruno; no,
hoy ya sabemos del frío y la falta de gravedad. Hoy ya sabemos que la tierra es
nuestro único hogar y debemos hacerlo pacífico, seguro, satisfecho,
confortable. Que se alza en el libro “Una oración rebelde (…) lanzada a la
infinita oquedad del universo” y nadie escucha, sino que resuena con un aullido
aquí, en la tierra, donde hay oídos o debiera.
Y
el léxico, los sintagmas, las oraciones van haciendo visible, audible el clamor,
el sentimiento, el fondo de la selva como un eco hiriente en la nostalgia de su
pérdida aunque renazca en un continuum casi heroico repelido por mucho
desamparo y destrucciones. Qué descalabro. Final, roto el tiempo, lanzas del
dolor, nadie escucha, oquedad… “Resplandecen incendios a lo lejos /
arrasando los nidos y los árboles / en las noches sin alma”. Caer como
pajarillos, este símil que se expresa de forma poética. El paraíso violentado,
destruido. Pero también mensajes de autoaliento y deseos personales de
restaurar paraísos, vocabulario de esperanza siempre en el espejo, lo cierto
pues, si no, quién podría: “Permanezco de pie”, “bajo esta amena luz del
mediodía, “cae la lluvia en el jardín”, “es perfecta la espiga del vivir”…
“…incendios
a lo lejos arrasando”. Desde el aspecto lingüístico y el orden gramatical se ha
de notar por este comentario la preferencia del poeta Iniesta en este libro por
el gerundio detrás de sustantivo en lugar del ortodoxo que de relativo
(“perros feroces acechando”, “la herrumbre / acaso atravesando”, “una sombra
(…) / temblando”…) (el gerundio en la norma solo detrás verbo). Pero se ha de
admitir que la creación de poesía tiene sus licencias y que estas pueden
saltarse los ritmos del sujeto.
Referencias literarias que
universalizan el poemario
El
poemario Un tigre sin selva se engloba con un orden de vasta cultura en referentes
literarios épicos universales. Este libro de José Iniesta ofrece miradas a La
Odisea para plasmar la constancia de la vida, aportando el tesón de
Penélope, la bordadora de la esperanza del regreso. Y Telémaco, el descendiente
inmaculado, uno de los símbolos en esta lectura de la inocencia, atiende la voz
de Ulises: “Yo no supe entender tu sacrificio, / y tu madre bordaba sin
descanso / el paño de tu ausencia / con plata de nostalgias / sentada bajo el
porche oscurecido”. Referencias a El Principito en el mensaje de amor y
sacrificio por la rosa del rosal que plantó en su jardín, en el asteroide B-612
como símbolo de la protección y la amistad sin fisuras, el amor por el medio y
los semejantes y pone voz al hombre: “No tengo mucho más, solo la rosa /
marchita e irremediable de los días”. “Dame tu mano, no me sueltes”, indicara
la tierra, la vida por la tierra o el hombre expulsado con su familia asesinada
o ahogada y señalara el propio vecino o compañero nuestro; el personaje de De
Saint- Exupéry limpia los volcanes de su hogar tan singular y único, el
asteroide tan pequeño donde los días se suceden tan deprisa, tan deprisa; o cuando
el niño arúspice denuncia la irracional usura o cuando dice que “lo esencial es
invisible a los ojos”; y así en paralelismo literario dice nuestro poeta
Iniesta “para admirar la luz / en un granado en flor / que yo mismo planté y es
maravilla”. Deja fluir referencias al mito de la caverna de Platón, “Yo siempre
me amanezco en una cueva”, el no verse sino el ombligo; en el conjunto, a la
zarza bíblica que arde o a la tragedia teatral de Samuel Beckett Esperando a
Godot, ese ser incierto que, si nos percatamos, está representado en el
conjunto de la humanidad, el hombre que tiene la respuesta de la realización de
la luz en sus propósitos, en sus aspiraciones, en sus actos. Alusiones ocultas
pero radiantes a la matanza de los inocentes bíblicos, en tantas personas y
personajes de la Historia representados, Isaac (“No Abraham, no mates a tu
hijo”), en don Quijote héroe escuálido y apaleado, en el hijo de Guzmán el
Bueno, en la niña de Pato salvaje, el personaje de Ibsen que se suicida
en favor del bien y la honestidad humanas, virtudes tan corrompidas en su
entorno. Referencias a Caronte, el barquero que traslada a los muertos a la
laguna Estigia: “¿Quién eres tú que remas sin descanso en el hielo?”.
Espeluznante reflejo, en fin, de lo que puede devenir si en un todos a una no
se pone remedio al maltrato de nuestra propia dignidad humana, a nuestros
semejantes uno o sociedad y los nobles e inteligentes esfuerzos por crear
fortalezas y unidad y a la selva nuestra casa y los genocidios de unas
culturas en el azote de otras, a su desaparición; en los mesías crucificados en
el Tigre sin Edén que habla en primera persona en este poemario tan lúcido, tan
edificante, pese a retratar una tragedia.
¿Adónde
por la selva mi memoria”.
Este
libro, este poemario que da visibilidad poética a la devastación por robo,
virus, desprecios, negaciones, falsedades, guerras, catástrofes naturales cada
vez más frecuentes en el presente ante el deterioro del clima, el anticipo tal
vez de una agonía, pese a tanto silencio o falta de respuesta a voces firmes y
concienciadas (“¡Oh, ya sé, sois el público callado / juzgando los declives de
mi vida!”, expresa el lacerado animal en dramatización, género literario éste y
a la vez esa situación evidente en el mundo, perdida tantas, tantas veces la
salud moral que arrastra las heridas y atenta flagrantemente a la dicha de
vivir), este libro, también, es un canto, ergo hemos dicho, a la esperanza en
la conciencia poética, al oficio lírico, al buen mensaje escrito, al trabajo
positivo y edificante, a la actitud recta del hombre y de los gobernantes, el
jefe tribal respetable y respetuoso desde la atención y la experiencia. Y nuestro
poeta, José Iniesta, en una llamada llena de belleza dice, desde el principio: “Tan
solo es posesión cantar la vida. / (…) / y estar es un milagro que ya nunca /
nos volverá a ocurrir”.
“Yo
soy todas las voces y soy una / Yo soy lo que seréis”, señala en un lamento.
Reflexión final
Un
tigre sin selva es la
voz de un ser, la vida (Hombre y Naturaleza), que fue fuerte e inmaculado (“Yo
fui bajo los astros encendidos / al lado de mis padres de lo eterno, / y un
niño se asomaba a su balcón / en la casa más pobre de la tierra, / donde
siempre reinaba la alegría”) y, frente a la realidad de un mundo siempre con
frentes de destrucción de cualquier tipo y el silencio de quienes tienen en su
mano el remedio de evitar la agonía, causas manu militare o calentamiento
global y sus incendios o riadas o rivalidades negligentes y absurdas, destrozos
que pueden ser evitados mediante el ejercicio de un orden mundial, la
protección humana, humanista, humanitaria, el respeto y el amor a la selva,
su cuidado eficaz, da lecciones de sabio senador de la tribu actual a la que
pertenecemos.
El
poemario es, en palabras de su autor, “una oración rebelde, una crónica del
asombro, el deseo de querer cantar el misterio que somos, la belleza del mundo
antes de la catástrofe” (que siempre estamos a tiempo de remediar, añade esta comentarista).
Isabel Villalta. Manzanares 2
de febrero de 2025
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