La palabra dios, o Ser Supremo en la religión cristiana, Dios, proviene del término griego ZEUS.
Las leyes fonéticas y morfológicas que hicieron evolucionar la palabra clásica, tras su filtro primero por el latín, y dieron paso a las lenguas romance como el castellano, descompusieron la palabra de la siguiente forma:
El fonema interdental fricativo inicial [z] pasó a interdental sonoro [d]. Por su parte, el final –us, desde el latín, rigurosamente como todas las de la lengua romana acabadas en –us (o en –um) (comp. versus>verso, orsus>oso (o curriculum>currículo, extremum>extremo), la consonante final desapareció y, a su vez, la vocal –u se abrió en –o (zeus>deo). Antes, como podemos observar, en el resultado deo ya tenemos un sufijo clásico en el castellano o español para palabras compuestas o nombres propios derivados: Deogracias, deocracia, etc.; d- inicial que, como podemos comprobar bajo el conocimiento del idioma, también evolucionó al fonema interdental sordo [t]: nombres compuestos como teocracia o teología, o propios como Teodoro o Teodomiro. Sufijo y palabra compuesta que resultan cultismos, esto es, palabras directamente llegadas del latín, conservadas sin evolucionar, dentro del idioma español o castellano (como así ocurre en general en las demás lenguas romance).
Para la solución dios, se produjo, de esta forma, la asimilación fonética de mayor proximidad en el cierre sucesivo de los órganos fonadores, en la escala de apertura a cierre de las vocales, esto es -representándolo morfológicamente-, de la -e- intermedia a la –o final (a, e, i, o, u), pasando a pronunciarse -i- y, manteniendo la consonante etimológica griega final –s, dando como resultado DIOS.
Zeus era el padre de los dioses en la mitología griega. En la creencia teocéntrica que rige el actual pensamiento cristiano, desde hace más de dos mil años, Dios, consideremos, es también el padre de muchas divinidades: las vírgenes, los santos, los beatos. La evolución mitológica no ha sido tanta en tantos siglos de historia.
