El valor de la herencia o la magia del amor






No, no estaba todo perdido. Por el contrario pensaba que había abandonado tesoros. ¿En qué estado estarían? Con un reburbujeo de ilusión meciéndole el hasta hacía muy poco apesadumbrado corazón, se dirigió tranquilo hacia la casa abandonada. Giró la llave con suavidad, como iniciando un rito sagrado. Recorrió emocionado las estancias. Se bañó de ecos de un ayer feliz entre sus muros. Cogió una flor silvestre del corral, la introdujo en un jarro antiguo que posó sobre una vieja mesa vibrante de tertulias y enseñanzas.
Entró en los espacios de la bodega familiar. Se embargó de su alma todavía olorosa a riqueza y placeres. Detuvo en un muro su mirada. Eran los trazos de su abuelo, los reconocía. Con los ojos inundados de amor, pasó los dedos por la cuenta escrita en la vieja pared del jaraíz y a partir de ese momento brotaron y crecieron nuevas alegrías.

Isabel Villalta. Otoño 2012

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