He viajado a Grecia unas semanas antes de las elecciones. Allí he visto un país de acusados contrastes entre modernidad y vejez, riqueza y pobreza como si los últimos gobiernos que ha tenido hubieran querido seguir reivindicando sus ruinas pero sin dejar el lugar donde se levantan. Aunque en general de baja gama, he visto coches modernos por las carreteras pero también verdaderas chatarras circulando y poniendo en peligro la seguridad vial, edificios de construcción moderna e incluso notable, y casas antiguas largos años abandonadas y en peligro de derrumbe que aquí en España desaparecieron ya hace treinta años, amplias aceras a las que se asoman bellos edificios neoclásicos, y otras estrechas y de pavimento levantado por viejas raíces o con estorbos de viejísimas infraestructuras urbanísticas, como escaleras exteriores sobre ellas que obligan a los viandantes a avanzar por la calzada de tráfico rápido; he visto ciudadanos bien vestidos, aunque con un vago perfil nostálgico, y gente de aspecto verdaderamente mísero, con un empobrecimiento hondo a sus espaldas; museos, hoteles y centros elegantes y perros y gatos abandonados a expensas de la misericordia de los ciudadanos, tiendas caras que resisten la falta de adquisición de la población y locales y más locales cerrados, extranjeros que admiran su pasado y compran recuerdos en los barrios turísticos con sus innumerables tiendas, muchas de anticuario donde han ido a parar muchas sobras que, puestos a reivindicar la austeridad podríamos considerar socráticas, y danzarines o artesanos callejeros que tratan de ganarse unos céntimos mostrando sus habilidades. He visto que los conductores incluso de servicios públicos hablan constantemente por el móvil, sin que haya vigilancia ni sanción alguna por esta peligrosa práctica para la seguridad vial, o que no usan el cinturón, o que adelantan en línea continua con toda naturalidad. He visto que las áreas de servicio de las carreteras no tienen incorporación independiente de seguridad a la vía. He visto que la noche se echa encima de las calles mucho antes de que el alumbrado público remedie la oscuridad con anticipación. He visto un país de costumbres dejadas que el nuevo gobierno de Syriza tendrá que reeducar, y un país empobrecido por las exigencias de la orgullosa dirección europea, que no se había condolido del daño infligido en lo más íntimo del puesto de guardia en la puerta de Oriente y el flujo islamista, esto es, una Grecia protectora del perfil de la Vieja Europa. Grecia ha puesto valor en sus deseos de cambio político visto al menos lo más personal, y ha difundido ilusión y esperanza en los resultados electorales, para una regeneración que sienta el eco de la Edad de Pericles, tan atractiva para los que somos viajeros, frente a la dominación del motor europeo, en una universal moral que nos alcance a todos.
Isabel Villalta
No hay comentarios :
Publicar un comentario