Después de la locura de las fiestas de Navidad, la vorágine que habían supuesto veinte días de compras, intercambio de mensajes cargados de buenos deseos, decoración de la casa desenvolviendo un año más bolas de colores, estrellas, espumillón, Nacimiento; las comidas familiares en su casa, en la nuestra, en la de los padres o en la del otro hijo o familiar y el último día de Reyes, con su
apoteosis de Cabalgata e intercambio de regalos, cuando se marcharon todos y se quedó todo en silencio y cada ilusión o compromiso cumplidos, me di cuenta de que los pajarillos cantaban en el jardín de atrás, con un piar dulce y tranquilo, ajenos al torbellino y los excesos. Cantaban mientras me dejaba embargar por el sosiego y la contención y, efectivamente, noté que la paz y la prosperidad, expresados en los deseos intercambiados, se iban instalando en mí con una placidez y alegría de triunfo.
Fotografía: Marina González
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