POESÍA Y EDUCACIÓN
(Extensión de una charla desgranada en diferentes lugares, como salas -con público- de Valladolid, Madrid o Ceuta, y dada casi íntegra -con agilidad extractada- la última vez a alumnos de 2º de Bachillerato del IES “Cerro de los Infantes” de Pinos Puente (Granada), clase de Ramón Martínez, profesor de Lengua y Literatura y poeta. 4 / 10 / 2021)
Introducción
No es
tiempo, este intempestivo de la pandemia, de guardarse las reflexiones íntimas acerca
de las infinitas formas que presenta la educación de las personas para trabajar
en favor de su eficacia. “Nada es más complejo que el aprendizaje”, decía el
denostado Spinoza, “en su transversalidad” -continuaba- “la pedagogía se nutre
de un sinfín de disciplinas”. No es tiempo, este de la Covíd-19 y los
persistentes confinamientos a los que obliga su extendido contagio, de
exponerlas tan solo en una sala menguada de audiencia por las prevenciones
sanitarias o en un aula donde no todos los alumnos entienden lo que se desea
transmitir en un coloquio dirigido a ellos en mitad de las asignaturas
obligatorias, el que pretende ir en servicio o refuerzo de su buena formación y
la del conjunto de la sociedad donde viven y en la que han de desarrollar su
futuro. “La paideia” (transmisión de valores y saberes), decía
Platón en el más influyente de sus diálogos, República, dedicado a la
educación, “es la tarea más importante que debe afrontar una sociedad”. No es,
este tiempo de menoscabo de la cultura y la educación por tantos actos
prorrogados o los diversos impedimentos del desarrollo de una jornada lectiva
(ventilación exterior aun a cero grados, mascarilla, desinfección regulada…) para
entender mejor el mundo y su esencia, un concepto que si no nos limitamos a
analizarlo con la necesaria penetración y cariño se puede quedar sin
efectividad como las alas de una mariposa que hemos atrapado con rapidez y brusquedad,
sin la delicadeza lenta que su sensibilidad y función requieren, y quedarnos en
lo superficial de la inmediatez, la ligereza con la que queremos captar las
innumerables ofertas del día a día.
Este
tiempo de pandemia obliga a llevar a las redes sociales, estas que se manejan ahora
más que nunca y con una soltura de obligado máster epidemiológico en aislamientos
por fuerza, pensamientos más desarrollados que los fogonazos que pueden ir en un
simple tuit o un whatsapp. Lev Levygotsky, teórico ruso de la psicología del desarrollo,
fue gran lector de Spinoza, a la vez él también judío, y reforzó la filosofía
del “holandés errante” (esta consideración es mía), la teoría de
la libertad y la autodeterminación. En educación es obligado tener maestros,
seguir un método y aprender unas asignaturas fundamentales, tres pilares que
van a abrir el mundo del respeto, la autoestima y el conocimiento a cualquier
alumno o persona que no se cansa nunca de aprender, y que las materias estudiadas
sirvan como herramientas de sostén, impulso y desarrollo. Pero es necesaria,
quizás en estos tiempos más que nunca, la conquista de la autonomía, no dejar
las cosas en las manos del libre albedrío o de las administraciones públicas,
que también hacen lo suyo, y es mucho. Y hay que recurrir de nuevo a Platón
para ir al germen de la educación por medio de la literatura, esta que, en su
vertiente poética, era para el maestro filósofo “un don divino”, y la que,
además, debe llevar en su creación un planteamiento ético, el desarrollo del
bien y de la moral; y es preciso acudir al mismo tiempo a su discípulo
Aristóteles para encontrar el término medio, quien en su Poética decía
que “la poesía surge porque el hombre tiende a imitar la realidad”, esto es, es
mímesis de cuanto nos rodea o de las experiencias. En ambos planteamientos filosóficos
de los grandes maestros griegos, hemos de basar el aprendizaje y la voluntad
personales. Decía Gabriel Celaya en un poema que “Educar es lo mismo que poner
un motor a una barca, hay que medir, pensar, equilibrar… y poner todo en
marcha”. Pero -sigue- “para eso, uno tiene que llevar en el alma un poco de
marino, un poco de pirata, un poco de poeta y un kilo y medio de paciencia
concentrada”. Genial: buenas bases en la formación (disposición de docentes, de
método y de materias), valor, libertad y autodeterminación, y un corazón
impregnado de la belleza divina que pensaba Platón.
Expuesto
este preámbulo, me dispongo, por todo, a publicar este texto que ya he
difundido en alguna ocasión in praesentia (como indica el encabezado) teniendo
en frente una selecta o una escasa audiencia, pero ocasión que sin duda
incidiría en la reflexión de algunos de los oyentes. Va, pues, esta vez, de
poesía. Del valor, entre tantos, de este género literario para llevarnos, no
solo a levantar un forjado firme, hermoso y noble a nuestra persona y a nuestra
obra, cualquier trabajo al que vayamos cada uno en la vida a dedicarnos, para
el bien propio y el de la sociedad como atribuía el fundador de la Academia de
Atenas, sino, al mismo tiempo, a cuidar el rastro de lo más importante en la
trayectoria del individuo y de las generaciones, de la sociedad donde nos desenvolvemos,
esas experiencias aristotélicas de la imitación, tantas cosas sustanciosas,
permanentes, indispensables que vienen amparándonos desde los milenios y los
ancestros y que hay que seguir protegiendo. Esto, como un medio eficaz para no
sentir jamás el vacío bajo nuestros pies o la melancolía del desarraigo en el
bullicio ruidoso de las metrópolis o el de las comunicaciones que invaden el
cerebro, tantas veces con la ruin y perversa mácula de bulos o de noticias no
contrastadas. La poesía, ahora, leída o creada por uno mismo con su delicada
envoltura de la filosofía más bella, más frágil, más objetiva, más reflexiva,
más condensada, más vigilante… La poesía como el fondo del firmamento una noche
oscura de junio donde mirar extasiados y agudos su misterioso fondo reluciente
como lo hacían los antiguos, esos filósofos, o tan cerca, ahí, nuestros
bisabuelos en las noches únicamente de candil, y por eso fueron tan sabios.
Ellos que nos dejaron heredad de proceder en la vida, de oficio o de bienes materiales.
Poesía para conservar su legado.
Desde
niños hasta el último suspiro de vida siempre estamos aprendiendo, siempre
somos alumnos de las incógnitas de la vida y del mundo, esas eternas que no
hemos llegado a penetrar por las circunstancias que sea o las que desarrolla su
inagotable actividad de manera constante, su jeroglífico, su remolino inacabable.
Y cómo
influye en nuestra formación la poesía, su creación o su lectura. Este que a
continuación se desarrolla es un trabajo que pretende ser pedagógico, así pues,
disculpen su estructura y su contenido los ya versados. También, comprendan las
citas, entre otras más autorizadas, de mi obra, que se aportan como refuerzo de
mi pensamiento y mi trayectoria.
Preámbulo
Vamos
a desarrollar varias formas de dar respuesta a esa pregunta, pero, primero, quiero
empezar con una cita de otro filósofo, el contemporáneo Emilio Lledó: “La
literatura sirve para crear modelos de comportamiento ético”. No hacía don
Emilio sino seguir el pensamiento de Platón. Y este y esa frase, ahora, lo
expresan todo. Los libros nos educan, los que se leen o, en su caso, los que se
escriben.
Después
pasaremos a analizar cuáles, a mi modo de ver, son objetivos fundamentales.
Sobre
la ética, las enciclopedias dicen que “es una disciplina que estudia el
comportamiento humano y su relación con las nociones del bien y del mal, los
preceptos morales, el deber, la felicidad y el bienestar común”. El
platonismo continúa, se arrastra como una corriente de fuerza ineludible y
forzosa por los siglos y los milenios. Los clásicos son los clásicos, el
fundamento de las estructuras sociales y el pensamiento posteriores que han
hecho, salvo dramáticos periodos de inhumana destrucción o, también, de trabas
constantes por intereses de poder, evolucionar a la humanidad. Ética es una
disciplina moral que nos tiene que empapar primero a nosotros mismos y
repercutir en “el bien común”. Lo es, tanto si su información se dirige a los
gobernantes, quienes desde su propia obligación o “precepto moral” tienen
que tener como principio el bien, no solo el de la sociedad cuyas necesidades
administran sino el de su propia conciencia, como si lo hace a cada persona en
particular y el compromiso individual que cada uno tenemos en el desempeño de nuestra
labor, bien pública, o bien privada, autónoma, o dependiente, y en nuestras
relaciones o convivencia con la comunidad.
La
palabra ética proviene de etikós, vocablo griego, claro, y significa
´carácter, instrucción en el comportamiento humano, especialmente en favor del provecho,
de la gracia`. Esa grandeza.
Bien,
pues vamos ahora a fijarnos en las dos partes por separado, los grandes conceptos
que representan esas dos hermosas palabras, Poesía y Educación.
Qué es
Educación
Para
mí, como a estos filósofos que con frases brillantes dejan transparentar el verdadero
compromiso humano, profesional y social de su esencia, no puede ser otro,
efectivamente, que actuar de forma responsable, respetuosa, garante de progreso,
equilibrio y unidad sociales, con aprecio y respeto a las cosas que importan y
que hay que proteger: Esas cosas son, por ejemplo, el ejercicio comprometido de
un conocimiento académico, la calidad de un restaurante, el buen trabajo de un carpintero,
la construcción de una barca bien guarnecida, el control y cariño en la
educación de los hijos... Pero, añado, además -porque podemos ser volubles como
las veletas o el viento-, educación es tener en cuenta los límites de esa forma
de ser y actuar si la pasión o la ambición vinieran a tocar a nuestra puerta y pretender
desbordar nuestro río o empañar nuestro espejo. Tener unos principios. Ocurre
en las envidias y rivalidades de la sociedad común y lo podemos apreciar públicamente
hoy por medio de la red de comunicaciones en las querellas políticas, en las descalificaciones
e insultos que algunos de sus representantes lanzan, las que van, en gran
medida en muchos casos, encaminados a obtener beneficio personal y derribar al
contrario y no en el de la propia colectividad, aquel bien común y dignidad de
un país. Se hace, asimismo, tergiversando negativamente actuaciones familiares
o de grupo o entre representantes políticos, malogrando las relaciones y la
buena imagen no solo propia, sino la de cualesquiera de esos conjuntos sociales,
lo sagrado, lo que se va levantado con tantos esfuerzos de cada uno de los individuos
o de los ciudadanos a lo largo del tiempo.
Junto
al saber reglado, el que se adquiere desde niños en la escuela y centros
educativos y en el seno de la familia, educación es proteger todo lo que tiene
un valor trascendental y engrandece: hacienda, arte, urbanismo, paz, idioma, sensibilidad,
medio ambiente, diálogo, confianza, responsabilidad, compromiso, unidad, bibliotecas,
monumentos, casa, trabajo, maestros, amigos… Educación es custodiar todo lo que
nos hace personas con identidad, dignas y felices, para que nada de ello se estropee
y sí, en cambio, se beneficie y crezca y se adapte a los cambios de la
naturaleza, de la vida, de los tiempos, del pensamiento, de la sociedad, como
un legado común del que gozamos durante nuestro trayecto por la vida y que nos
sobrepasa.
Qué es
Poesía
Sí,
podríamos responder perfectamente, si así lo es o lo sentimos, “poesía eres tú”
y recordar al romántico Bécquer. Poesía es la expresión de las emociones, el
concepto platónico, y lo es de los sentimientos acercándonos un poco más a la
opinión aristotélica; pues es también la palabra del conocimiento y la del
reconocimiento en la idea del discípulo, el aventajado Aristóteles. Abarca
temas universales como el amor, la muerte, la vida, la soledad, el paso del
tiempo…; todo eso tan profundo y trascendente que experimentamos a lo largo de
una vida. Y la poesía es, además del platónico rapto de los sentidos, ese soplo
divino, y en metáfora sinestésica, ilimitados espacios que fluyen y nos
envuelven en el oleaje y la flama de la vida, físicos o espirituales, aunque no
tengamos en un poema escrito las sensaciones y el estremecimiento que nos
producen; la poesía está en los ambientes, los felices y los dolorosos, se
encuentra en las cosas grandes y las pequeñas, en los sonidos, en los
perfumes...; y está la poiesis en los bienes materiales que nos
sostienen y nos impulsan desde el comienzo de la humanidad, desde el
descubrimiento del fuego y su amparo vital. Para dejar, pues, constancia del
hecho sagrado, para que se inmortalice su vida etérea o corpórea, ha de
escribirse. En ese instante concentrado, emocionado, se han de descubrir todos
esos bienes, en una observación reflexiva impregnada de todas esas esencias, que
conmueve primeramente al poeta.
Vamos
a desgranar, pues, unos puntos clave desde los que emergen todos esos valores naturales
o éticos, ese patrimonio íntimo o común que nos va educando.
1-: Percepción del objeto lírico.
Disculpen,
de entrada, la cita propia, una definición que la llevo siempre conmigo: “Poesía
es un momento de quietud y reposo en instantes percibidos intensamente”. Es un
destello que nos paraliza, que nos atrapa cuando captamos la propiedad virgen de
una cosa, una pena o una alegría, la que a la vez se conecta con la humanidad
entera, como un mito. Algo que sucede en ese mismo instante o que es oleada de
la memoria. Un espacio detenido en el tiempo que cala el espíritu y la conciencia.
La poesía es un secuestro del subconsciente, de la sensibilidad, pero también es
juicio, comprensión. “La poesía es conocimiento”, decía Octavio Paz en El
arco y la lira.
Ese
instante que atraviesa la mente y el alma puede ocurrir de forma inesperada o,
bien, buscada, entregada la personalidad creativa al noble hecho de crear, respondiendo
así a lo que decía Picasso, que “la inspiración tiene que coger trabajando”.
2-: Transgresión del lenguaje.
Son
las llamadas figuras estilísticas. El páthos asociado a la lógica de
la creación literaria de la Retórica de Aristóteles. Cuanto produce
emoción y empatía. Metáfora o símbolo,
concatenación o concisión de ideas, quiasmo o paralelismo, anáfora o
aliteración de fonemas…, esta, repeticiones -por abrir boca- como “un no sé qué
que quedan balbuciendo”, que expresa aturdimiento, perturbación, del Cántico
espiritual de San Juan de la Cruz, y deja, como las demás, increíbles
resonancias en el espíritu y la comprensión lectora, llenas de sentido y de plenitud;
uso lírico o elocuente del lenguaje con una penetración estremecedora.
Secundariamente,
quizás, o no, la poesía es armonía, ritmo, cadencias musicales, rimas si
recurrimos a las estrofas clásicas como las del romance en asonantes o las del soneto
en consonantes; aunque, en este momento, he de recurrir a una frase del también
contemporáneo, además de paisano de Alcolea de Calatrava en mi provincia de
Ciudad Real, Ángel Crespo, poeta de la Generación del 50, que decía “todo
pensamiento sistemático conduce al absurdo”; en referencia a la forma, la
aporto, por eso he referido lo de secundariamente, porque es necesario innovar,
ir dejando en los arcenes de las vías los cánones anticuados sin que el rabillo
del ojo los mire permanentemente con veneración, echar a volar los versos como
lo han venido haciendo las generaciones literarias en renovaciones periódicas, en
favor del milagro de la composición o la obra. La poesía es, siempre, precisión
y embellecimiento del vocabulario, un léxico, además, en cuyo uso quebrado como
un espejo roto va a reflejar una imagen mágica, distorsionada y que obliga a
entender -o no- y recomponerla; del vocabulario también, y a veces de la
desorientada sintaxis como son los raptos sublimes o celestiales, con su fondo
resonante surge el vuelo de la poesía. Lo hace ese corpus eje del idioma
en la creación conceptista de los tiempos barrocos, esa etapa de Oro de la literatura
española, más que en la mayoría de los autores, en Quevedo, un vocabulario complejo
y vivaz y de absoluto dominio semántico. Todo eso también contenido en el páthos
griego. Lo es, asimismo, situados en la actualidad, en cualquier metáfora o
símbolo o giro sintáctico o elección de palabras identificativos de una autoría,
de un estilo narrativo o creador propio de las composiciones modernas, en sus
elementos de fondo y en los de forma. Ricas variantes o signos expresivos como
la estampida inesperada de un pájaro que obran en la transforman de la
escritura no solo personal sino también general, que alumbran la poesía,
separando la creación o composición del género narrativo y, más aún, de la de
uso común en la comunicación. Todo, en fin, cuanto contribuye al
enriquecimiento del idioma. Que educa.
Retornando
al embargo, tras haberse fijado en nuestra conciencia un objetivo poético (como
lo son una mirada de angustia o de inocencia, el temblor de una flor, el dolor
o la alegría del mundo o el recuerdo de nuestros abuelos en su penosa lucha
diaria de tiempos difíciles) y tener el conocimiento de las reglas académicas o,
bien, simplemente, el aire de los genios como lo fueron Garcilaso o Baudelaire,
Virgilio o Shakespeare (“pero entero será el verano tuyo cuando crezcas en
versos inmortales”), o quien, responsable y amorosamente trabaja la
delicadeza y hermosura de la palabra, del prodigioso hecho de hablar y
entender, repetiremos, después de todo eso, hemos de hacer uso de un boli o un
teclado y derramar en el papel o la pantalla en blanco el prodigio. Escribir,
escribir… “Bajo cada poema hay otro más precioso que él, como un tesoro”, dijo
el ya citado Ángel Crespo.
Y no
olvidar, jamás, que la poesía, en término medio platónico-aristotélico, ha de
ser arte de la autenticidad, de lo vivido y sentido por lo que se sufre o se ama.
Se ha dicho que es preciso “ser de un tiempo y un lugar” como uno de los
secretos del triunfo en la creación literaria, del valor de la poesía, o que esas
condiciones sean algunas de ellas, de la poesía sentida y verdadera.
3-: Vigilia.
La
poesía ha de servir prioritariamente, desde mi punto de vista, para llevar al
creador o al lector a proteger las cosas venerables, sacramentadas por el
sacrificio de la vida, cuanto se ha construido a base de milenios o de
generaciones. Ha de ser un aspecto de suma importancia en la poesía. Afirmar primeramente
por medio de su creación los bienes aquellos, como decía, que nos sostienen,
todo tipo de herencia, la paideia de Platón o un oficio, una enseñanza o
una hacienda más pequeña o más grande, de un tipo o de otro, física. La
imitación aristotélica, la continuidad y el desarrollo de cuanto bueno se ha
depositado en el paso del tiempo, como observaba el de Estagira, padre como su
maestro de filosofía la occidental. Ir con el hecho de escribir en favor de la conservación
de los bienes propios o colectivos para el progreso y el equilibrio del mundo. Poesía
es una mirada profunda y respetuosa a lo trascendente y valioso. La poesía como
servicio a las virtudes y a la sustancia noble de las cosas, y realzarlas,
ofrecerlas en sacrificio y regalo a los lectores, y que tenga un efecto en cadena engrandecedor en ellos. La poesía tiene que educar al propio creador y a
quien la lee.
Conexión
entre Poesía y Educación
En
este apartado, vamos a extender con ejemplos y más citas los tres objetivos principales
de la poesía: 1) percepción de objeto lírico, 2) transgresión del
lenguaje y 4) vigilia, y, al mismo tiempo, percibir su enlace con la
Educación.
Punto 1: Percepción del motivo poético
Insistiremos.
Es ese que nos embarga de emoción, como el rapto divino que presentía Platón, y,
a la vez, es una reflexión acerca de su importancia, su delicadeza o su
magnitud. Su presencia, como hemos dicho, es de una extensión inalcanzable y
abarca innumerables temas más que los frecuentemente utilizados o sentidos comentados,
pero que siempre, o casi siempre, van a ser comunes a otras personas o, a
través de su tratamiento por medio de la escritura o de la lectura, van a
servir para ampliar el vasto conocimiento del mundo. Van a educar.
Punto 2: La transgresión del lenguaje
Recordemos.
Sea cual fuere el estilete con el que nos ha traspasado, la poesía es belleza
expresiva, estética, armonía, ennoblecimiento del objetivo y de la inspiración,
denuncia o alabanza, y uso de un lenguaje singular, retórico o estilístico,
quebrado o transgresor, que trasciende sobre el de uso común y deja especiales
connotaciones.
Sentir
la emoción que esas sensaciones íntimas antes analizadas provoca, reforzaremos,
y registrarlas, obliga a conocer las reglas del género. Primeramente, como base
del conocimiento de la lengua que usamos, es encauzarlas a través de una
gramática y una sintaxis correctas, esto, como he recordado, si no es por un
determinado uso personal creativo, y lo es también por un lenguaje preciso para
cada sentimiento o idea. La poesía puede ser más elaborada o más sencilla y
cercana, pero la concisión del motivo, a diferencia de su tratamiento en la
narrativa, así como la naturalidad y la autenticidad, son, entre otras,
características propias de la buena poesía. Por su lado, las tradicionales figuras
de estilo irán surgiendo solas en esa escritura especial, tal vez espontánea o
quizás más meditada, la que relaciona diferentes enfoques de la mirada, la que
se apasiona en repeticiones o anáforas o, en cambio, en elipses u omisiones, la
que personifica objetos o emplea aliteraciones, la que compara o aísla…; la que
hace uso de registros inusuales que sorprenden al lector y le dan a la
composición ecos para discurrir sobre trascendentes cuestiones o para percibir su
grandeza.
Se
consiguen así endecasílabos traspasados de intensidad que dan vida perpetua a
las cenizas, como el de Quevedo “polvo serán, más polvo enamorado”, o alejandrinos
modernistas con un expresivo resonar de fonemas en silbido como el de Darío “los
suspiros se escapan de su boca de fresa” o, de igual figura, en su caso con
aliteración acusadora, estos versos latinos de Quinto Ennio “O tibe tute Tati
tibi tanta tyranne tulisti” (“Oh, Tito Tacio, tirano, tú mismo te produjiste
tan terribles tragedias”). O la poesía pura juanramoniana, depurada como la
quiso el autor de Moguer, desvivido, en su segunda etapa creadora, porque
surgiera en su sola esencia, “Y se quitó su ropaje antiguo. Oh, pasión de mi
vida, poesía desnuda, mía para siempre”. Poesía bellísima, universal, en las repeticiones
traspasadas por el dolor cósmico lorquiano de la muerte, “A las cinco de la
tarde. Eran las cinco en punto de la tarde. Un niño trajo la blanca sábana / a
las cinco de la tarde”. Comparaciones directas de denuncia y de dolor
hernandianos del hambre de una madre y el hijo, “La cebolla es escarcha cerrada
y pobre. / Escarcha de tus días y de mis noches”. Composiciones del romancero
anónimo castellano en los que tiembla una exclamación honda de melancolía por
lo perdido, “Ay, de mi Alhama”. Versos, poemas, en fin, que estremecen
primeramente al propio poeta, absorto en la “academia educadora, edificadora”
de la poesía. Poesía estremecedora en un verso elegiaco intenso, desesperado,
del también Miguel Hernández, “Quiero escarbar la tierra con mis dientes”. O un
derramamiento de pasión pleonástica en el Cantar de los Cantares “Bésame
con besos de tu boca”, o un sintagma solo sanjuaniano “salí sin ser notada
/-estando ya mi casa sosegada” de Noche oscura del alma. O una
exclamación de frenesí y de melancolía “¡Qué pena!”, en El romance de
la pena negra, del grandísimo Lorca. O una palabra única -disculpen la cita
propia-, “Ven”, solícita, apasionada, en un madrigal que alguna vez quien
redacta este ensayo ha escrito. Madrigal de estío.
La
poesía del genio o la veracidad del pensamiento, trascendencia de la realidad,
mito, herida, gozo, belleza, escrita por uno mismo o sorbida en los libros como
una cantimplora rabiosos de sed. La poesía que, seguidamente, en el lector que
sabe o aprende a percibirla, deposita sustancias alimenticias espirituales tan
ricas e impactantes que es capaz de transformarlo (“no se regresa del poema
siendo la misma persona”, declaraba, más o menos con estas palabras, de nuevo el
poeta de Alcolea de Calatrava). Y no me resisto a derramar más citas suyas
para, sin perjuicio de los clásicos, porque es imposible y es necesaria esa
permanente mirada a ellos con el rabillo o de frente, reforzar la idea de la
transgresión y la creación de una personalidad propia, aquel que se atreva o
sepa hacerlo, “solo la intuición poética descubre los fundamentos de la
verdad”. Y esta tercera última también suya para animar a escribir, escribir,
escribir…, “Bajo cada poema hay otro más precioso que él, como un tesoro. Todo
es cuestión de querer y saber cavar con fe”.
La
poesía, la literatura en general, apunta Vargas Llosa, platónico también, educa
en “una tradición de lectores” que, a la vez, “va creando una
sociedad impregnada de espíritu crítico”.
Punto 3: La poesía como vigilia
La
poesía ha de ser un recurso humanístico para llevar a cabo la protección de las
cosas que realmente importan, las que han servido y sirven para crear un mundo humano,
social y cultural que nos cobija. Vigilante, forja al poeta mismo y a la
colectividad y, al mismo tiempo, conecta a ambos en la captación de lo valioso
y la obligación común. La poesía educa porque cala el conocimiento y despierta
la sensibilidad, el aprecio de lo importante, cuanto magnifica la vida como la
paz, la verdad, la justicia, el compromiso, el diálogo, el entendimiento entre
los pueblos…
La
poesía en su desarrollo es valorar las esencias vitales, lo necesario y
perpetuo que con su manto de confianza cobija nuestro lecho en la vida, lo que verdaderamente
importa y protegerlo, cuanto venturoso rodea nuestra vida y nuestra historia y
el mundo que nos acoge, y cuidarlo, y que no se malogre, que se refuerce, que
continúe... Versos que calan el latido inmaculado o sacrificado de las cosas
que realmente ostentan la mayor categoría, valores en equilibrio sobre su
propio eje, los que están ahí enalteciendo la vida, la paz, el amor, la
inauguración de una vida nueva o su decadencia, la justicia, la verdad, el
honor, la búsqueda constante de la igualdad, la denuncia y el desprecio de los
engaños y las mentiras…
Pido,
ahora, que disculpéis en este apartado la aportación de algunos fragmentos o versos
míos, que solo quieren reforzar mi labor creadora en favor de esos bienes
universales que son necesario custodiar. Esto es lo que digo, por ejemplo, en
el primer poemario que empecé a reunir hace más de treinta años y publiqué en
1999, con una segunda edición en 2019, Diálogos: “A qué hablamos de las
cosas supremas con ligereza, de la paz, del amor, de la justicia, (…) / a qué,
si tantas veces las violentamos adrede con nuestras miserias. / Y esos valores
son imperturbables, / están ahí magnificando la vida / y esperando a que los
descubramos. / Es entonces cuando un silencio sublime inunda al hombre, / o
cuando sus palabras y sus hechos toman los mismos atributos”.
O
estos otros poemas que avisan sobre la necesidad del comportamiento ético, esta
virtud que viene más de dos mil años registrándose en la escritura y los
tratados filosóficos desde Platón y desde el comienzo de este ensayo, citas de
pequeños libros míos que quieren ser benefactores para ese fin vigilante. De Donde
habita la inocencia (2007): “Pidiéronte el nombre, solemne garabato
/ para atentar al orden / u obscurecer lo claro (…). Y puede que ahora sueñes
tu paz, toda la fuerza / que el alma te expandía, tranquila tu conciencia”,
o, por el contrario, si practicamos el respeto y la defensa que merecen las
cosas y las personas, nuestra familia, la sociedad, la patria: “O tal vez que
tú seas el que huyó / con ojos espantados / de tristes atentados (…) / Y no
quiso de cielo azul venderse; / tampoco ser altivo e indolente, / y firmó solo
pactos de ilusión”. Poesía, esta, para prevenir quizás la corrupción
moral y que los valores cívicos y humanos se amparen desde esas observaciones,
las creadas por uno mismo o las leídas en otros libros. También este fragmento
de otro de los poemarios que he ido reuniendo, Pleno de su luz. Estirpe
campesina manchega (2010), una colección inspirada en mi padre agricultor,
un canto de amor y de reconocimiento por él, además de por todos los hombres
que, como fue su devoción, trabajaron el campo de la Mancha con los métodos ancestrales;
esos campos o cualesquiera otros del mundo que nos son leche materna para
sobrevivir; hombres, padres venerables que sin más máquinas que las de su
propia energía, su voluntad y su comunión auténtica con la tierra, en nuestro
país la hicieron producir para sacar adelante un país arruinado por una guerra,
la del 36-39: “Quiero pronunciar tu nombre, padre, / quiero repetirlo ahora que
me escuchas, padre, padre… (…). / Quiero oír tu voz, padre, / tu voz ruda y
rural envuelta en ancestral sabiduría, / quizás pronosticando lluvia tras la
breve nube al horizonte. / Tu voz bajo el gozo de la lluvia...”
Recordar
y venerar, igualmente, a las madres, mujeres que, en esa misma época del hambre,
como también lo fueron nuestras abuelas, les brotaba en las manos un pájaro de
amor mientras con el único huevo y la única patata que había en la casa hacían
para el hijo que venía de ganar un jornal una tortilla jugosa y salvadora. Y
así lo registré en este otro poemario, El dolor de la música (2017): “Cantaban
las mujeres / al tiempo que, asperón / y estropajo, fregaban los cacharros. /
Eran canciones / alegres y amorosas (…) /. El amor… el amor / que todo lo
sostiene y lo sustenta. / Habían comido ese día y todo, / la tristeza del
hambre por las calles / del infausto 40, estaba más alegre. / Aunque tuvieran
bichos las lentejas. Y quedaban engarzadas sus voces / melodiosas, la voz /
devocional de las madres y abuelas, / en trémolo vibrato, / en la
ternura lenta de la tarde / y en las gasas resistentes del tiempo”.
“Solo
amando se puede sobrevivir”, dice Lula Carson Smith, en El aliento del
cielo.
Amar
el patrimonio humano o material y la memoria de cuanto lo ha levantado. Para
ello sirve la poesía, a ello va encaminada su función educadora.
Poesía
para la educación que realza la dignidad de quienes nos trajeron al mundo y nos
han criado, protegido y enseñado. Poesía por todos los bienes adquiridos,
patrimonio tangible como una hacienda agrícola o un taller artesano, o
intangible como el oficio y los buenos consejos. Patrimonio de amor para que no
se olvide su nobleza y continúe siendo transmisión en las generaciones que
suceden.
En
fin, padres, familia que nos quiere; patria que debe amparar a sus hijos y
proporcionar progreso, seguridad y bienestar; uno mismo, el individuo que nos
habita debajo de la rutina y la piel y no se tiene que quedar en meros
cumplidos de cortesía, sino en un comportamiento moral, como apuntaba el
inaugural Platón o en una trayectoria de milenios de la filosofía recordaba
Lledó; ha de ir en su impulso propio o autodeterminación como quería Spinoza y
reforzaba su seguidor Levygotsky, en su teoría del desarrollo, en su autoestima
y su autonomía y su contribución honestos y responsables. Amigos, felicidad,
quebranto, tragedias… han de acudir a las manos de quien escribe desde el
conocimiento y el corazón, y cantar alabanzas o denunciar tristezas. Y en una
sinestesia educadora, pasar a los lectores.
De
acuerdo, pues, totalmente con los filósofos y tantos otros pensadores,
creadores, poetas: inspiración (“un poco de marino”), vigilia y transmisión de
cuantas cosas importan y una buena formación que le dé, finalmente, el brillo
definitivo a cuanto nos atrevamos a escribir. “La literatura sirve para crear
modelos de comportamiento ético”.
Se dan
la mano Poesía y Educación, esa Educación protectora de lo que merece la pena
perpetuar, y esa Poesía honda y emocionada que afianza la disposición; que desarrolla
un modo de ser impregnado de comprensión, de respeto, de discreción, de
compañerismo, de sensibilidad, de carácter donde pueden ir aparejados o por
separado el alago o la denuncia.
La
poesía deslumbrada por la grandeza de la vida, o la poesía herida por las
tragedias políticas y sociales. Penetración en el objeto y valoración acertada,
estremecida, delicada, de su condición.
Termino
el trabajo con el genio de Gloria Fuertes, la gran poeta madrileña, quien decía
que “debemos inquietarnos por curar las simientes, por vendar corazones y
escribir el poema que a todos nos contagie”. Y, contradiciendo con un fogonazo
lírico a Celaya sin intención en absoluto de discordia, remataba, como para
querer que yo, esta que está a las conclusiones de este pequeño ensayo que ha
querido mostrar la función educadora de la poesía, lo hiciera continuando su
cita: “La poesía no debe ser un arma, debe ser un abrazo, un invento, un
descubrir a los demás lo que les pasa por dentro, eso, un descubrimiento, un
aliento, un aditamento, un estremecimiento. La poesía debe ser obligatoria”.
Conclusiones
En
consecuencia, la poesía, la que leemos o, en su caso, escribimos, es el
delicado hilo de seda que borda una expresión o una manifestación inmaculadas,
algo que fluye a nuestro alrededor o surge de un pozo muy hondo, sonoro, titilante
al asomarnos bajo la luz del día o de un farol como llamándonos a extraer un
cubo, y otro, “como un tesoro”.
Un
caudal impregnado de belleza, armonía y luminosidad, y, sobre todo, de sentido,
de conocimiento, vigilia, de trascendencia.
Escribir
y envolver su resultado en un papel de celofán auténtico.
Ahora,
jóvenes estudiantes, o tú adulto y avisado que, pese tal vez a la posible
pesadez reiterativa de este texto con objeto de función pedagógica, como
indiqué al principio, ha querido llegar hasta estas últimas líneas, toca
apasionarse, escuchar a los profesores, catapulta para el conocimiento y la
buena formación, personas venerables, o tomar un boli y un papel o un teclado
frente a una página de Word en blanco o, quizás, un libro, alguno de esos
autores que han surgido en el seguimiento y las citas, y empaparse de la
grandeza de la poesía.
Estudiamos,
nos formamos para tener un medio laboral o productivo que nos de sustento en la
vida, pero, seguía diciendo Emilio Lledó, “Leer, escuchar, porque la verdadera
riqueza es la de la mente”. El mundo es de las personas sensibles, formadas y
con voluntad, así como la grandeza y dignidad que lo han de seguir recubriendo.
Termino,
como no podía ser menos, con una cita de Platón donde se recogen tres aspectos
fundamentales para el momento de escribir o de actuar: “Es necesario buscar el
bien, la belleza y la verdad”.
Isabel Villalta
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