LA LUMBRE Y EL JARRO DE AGUA FRÍA DE LA MUERTE
Qué tristeza la muerte.
Apaga toda llama
que alzaba hacia los cielos
y traía su azul hasta su alma
y lucía en su ser el universo
y la tierra por su lluvia temblaba
y las flores abrían
y los frutos granaban...;
que era hogar caldeado
cuando menguan las fuerzas
y memoria de amor
(quien sabe si imprevisto desbordado
en torrencial de magia y de pureza
una vez o quinientas)
y perfiles y caras de edificios de entregas,
de cuadernos repletos,
y de rostros y guiños
y varitas de hada,
y sombreros y zapatos y ambientes...,
en los que está la marca
a veces invisible de su quiebro,
su dignidad más íntima y sagrada,
el ondear ofrenda y ansiedades
de su flama.
Qué tristeza la muerte…
Pero eterno un rescoldo,
siempre tiembla una llama
votiva del corazón de la vida,
en marea de consenso serena,
siempre luz de esa lumbre;
centellean calladas las cenizas
en los hondos recuerdos
de todos los que quedan,
de cosas infinitas
que alimentan la hoguera de los seres
(un papel y una mecha inesperados
que encienden en pellizco
la cavidad interna del hogar),
tanta noble madera
que levantó en la brasa,
les vale en la nostalgia a los que siguen,
los hachones de luz, a los que amaban.
Quienes querían tantísimo, a veces,
quizás, sin pronunciarlo. Sin decirlo
como nace y se encarama y crepita
en la entraña de la tierra la lava.
Isabel Villalta
Con mi cariño a personas especiales fallecidas este verano y hasta hoy mismo
24 de septiembre de 2025
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