Manuel Laespada, poeta albaceteño afincado en Manzanares, tiene liras ocultas detrás de un pronto sencillo y cercano, amable y cortés, un darse sin el plectro de manera igual de auténtica, de la entraña brotando al pálido y risueño triángulo expresivo de su cara. Cívico y ético, cordial acunando aquellos acordes que arranca en soledad –suele ser allá en las Alpujarras- y los deja en reposo viajero para que extraigan las lupas la emoción de sus huellas, la poesía total del rasgueo.
Por su poemario La sombra compartida, le han concedido el mes de marzo pasado el Premio Tardor de Poesía de la Ciudad de Castellón, sabroso en trayectoria, interés cultural y pecunia como lo merece su música. “Me dieron el susto ayer por la tarde”, me dijo cuando lo llamé para darle la enhorabuena. Como a cualquiera, una noticia así a Manolo siempre le estremece aunque lleve ya una lista importante de aplausos, entre los más de diez (sin contar una innumerable de poemas sueltos), los también internacionales “Luís Feria” de la Universidad de la Laguna (Plenilunio descalzo), Ciudad de Pamplona (La piel indefensa) y Ciudad de Mérida (Del amor caído).
Le debo comentarios de libros en toda regla como debería ser también mi cometido, al menos con amigos tan queridos como él, pero yo también me pierdo en búsqueda de líricas notas (o de rastros etimológicos), aunque aún no he probado las que inspiran las de la brisa y la luz más tempranas en una terraza de las tierras plegadas del sur alpujarreñas... Pero es seguro, seguro que el toque radica en la lira privada.
No se conformen con leer esta reseña, busquen sus libros, están en las librerías para suerte de todos los amantes de la hondura y delicadeza de la poesía, tómenlos estremecidos, convencidos de acariciar un pedazo de alma y, si pueden, aunque sea, léanlos en una terraza del tranquilo sur andaluz donde late emocionado, verdadero y certero el espíritu de nuestro Manolo Laespada.
Enhorabuena, amigo.
Isabel Villalta
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