LA COMPACTA RIQUEZA DEL QUIJOTE EN VARIOS MOTIVOS AL COMENZAR EL CAPÍTULO DE LAS BODAS DE CAMACHO (XX, Segunda Parte)


LA COMPACTA RIQUEZA DEL QUIJOTE EN VARIOS MOTIVOS AL COMENZAR EL CAPÍTULO DE LAS BODAS DE CAMACHO (XX, Segunda Parte)

Isabel Villalta Villalta (Membrilla –Ciudad Real)

Ponencia en el Congreso de la Asociación de Escritores de Castilla-La Mancha celebrado en Munera el 27 de mayo de 2017

Si bien la lujuria del capítulo central de Las bodas de Camacho, el XX de la Segunda Parte, es digna de comentar, donde Cervantes, bebedor de las fuentes clásicas, recrea de alguna manera las cenas de Lúculo, famosas en la Antigua Roma por su desmesura y extravagancia, en mi ponencia me centro en los dos párrafos iniciales de ese capítulo. 

En ellos el escritor vierte unos motivos de rotundo peso literario, moral y geográfico. Cervantes, torrente de cultura universal y manchega (tópico), de conocimientos clásicos y populares, de profunda humanidad; de fina ironía para retratar la realidad del mundo en parodias que diviertan y hagan pensar, y embellezcan los conceptos y el lenguaje, y de un interminable etcétera, en estos dos párrafos igualmente se expresa con el más coherente esplendor que dio forma a su universal novela. 

Nos encontramos en las proximidades del lugar donde van a celebrarse las Bodas de Camacho (según las referencias en Munera y entre gentes de la parroquia). Don Quijote y Sancho Panza han pasado la noche a la intemperie, en plena naturaleza purificadora, para allegarse al día siguiente a presenciar los desposorios. 

El primero de los párrafos es una descripción narrativa y en él, brevemente, para expresar la hora del día en que la acción ocurre, el genial autor hace uso de la belleza clásica de la lengua con motivos mitológicos. Estamos en plena Mancha en un amanecer de verano, el sol o Febo homérico hace presencia majestuosa con sus deslumbrantes rayos sobre la aurora matizada de rocío. Dice: 

Apenas la blanca aurora había dado lugar a que el luciente Febo con ardor de sus calientes rayos las líquidas perlas de sus cabellos de oro enjugase. 

El culteranismo de los giros sintácticos, los conceptos adornados de epítetos, la belleza lírica de la evocación sin respiro enclavada en el corazón de esta región, en esencia estoica y pobre, al menos en el tiempo del autor, van a dar paso después, como se sabe, a una orgía gastronómica y festiva de desmesurada e incoherente realidad con el locus (fina crítica de Cervantes de la realidad del Imperio), pero que introducirá un vibrante motivo igualmente clásico y literario de alegría y profusión de la vida, de cultas referencias de nuevo mitológicas, aunque al remate sucedan en esas bodas, encontrados, como sabemos, un fracaso y un triunfo personales, una mordaz burla entre los protagonistas, Camacho, Quiteria y Basilio, en la que ha intervenido, como desde un estrado divino, nuestro héroe. 

El segundo párrafo es una abstracción en soliloquio de don Quijote. Cervantes aquí hace una exaltación de la pureza y candor del hombre, representados en Sancho Panza. Al ver el señor a su escudero durmiendo a pierna suelta, a esa hora del amanecer en que les urge, por acuerdo del día anterior, acercarse a presenciar las notorias fiestas, don Quijote vierte un monólogo que compacta unos tópicos literarios y unos símbolos de rotundos valores humanísticos sociales intemporales, a igualmente unos defectos, y, al mismo tiempo, una característica inconfundible y lógica del espacio geográfico, la Mancha, en que el escritor sitúa, vive y revive la obra. 

Los tópicos que aparecen son el del beatus ille y el de “alabanza de aldea y desprecio de corte”, tan usados en la literatura del Siglo de Oro. Para exponerlos el escritor, don Quijote hace una exaltación llena de humanidad y misticismo de la humildad y la simpleza, encarnadas en su apreciado escudero:

¡Oh tú, bienaventurado sobre cuantos viven sobre la haz de la tierra, pues sin tener envidia ni ser envidiado duermes con sosegado espíritu, ni te persiguen encantadores ni sobresaltan encantamentos!

Aquí, en invocación de las Bienaventuranzas cristianas, puede parecer clara la forma de parodia religiosa, de alabanza del hombre bueno desde consagrados estrados; o puede ser, también, el auténtico sentir del Caballero desde la voz de su creador alcalaíno. 

Sucinta, pero precisamente, hace referencia Cervantes a los sentimientos de la envidia y los celos, seguramente, aunque encubierto bajo la alusión a su dama, en el terreno, como es sabido, de las rivalidades literarias con las que convivía, disputándole su talento y entrega de autor e incluso, ya sabemos, su personaje quijotesco por un tal Avellaneda. 

Duermes, digo otra vez, y lo diré otras ciento, sin que tengan en continua vigilia celos de tu dama.

Señala seguidamente Cervantes en este condensado fragmento, no dando puntada sin hilo, hilo de oro, realidades que le preocupan al hombre común contemporáneo, especialmente a los labradores manchegos, que conoce bien y que le atañen de la misma manera a él directamente: el de la angustia de las deudas (referencia a Job), del debilitamiento del patrimonio, debido, real y principalmente, a una administración nacional que, como sabemos, cargaba sus recursos fiscales sobre los llamados pecheros, labradores en su mayoría: 

Duermes (…) sin que te desvelen pensamientos de pagar deudas que debas, ni de lo que has de hacer para comer otro día tú y tu pequeña y angustiada familia. 

El párrafo contiene item motivos intemporales de crítica a los poderosos, a los que ambicionan gobiernos con afanes oscuros que corrompen la integridad de su persona: 

Ni la ambición te inquieta, ni la pompa vana del mundo te fatiga, pues los límites de tus deseos no se extienden a más que pensar tu jumento. 

Prosigue don Miguel con semejanzas a la división feudal de la sociedad en la Edad Media, con separación entre el señor y los siervos, o, también, al concepto cristiano de Dios bajo cuyo poder caminan los hombres; Cervantes con fina ironía sobre su inmune Enajenado: 

…que el de tu persona [límite] sobre mis hombros le tienes puesto, contrapeso y carga que puso la naturaleza y la costumbre a los señores. 

Finalmente, el que fuera recaudador de impuestos y recorriera, entre otras, las tierras y aldeas de la Mancha en cientos de idas y venidas bajo todas las estaciones del año, también por residencia en la toledana Esquivias, descarga en una anotación sencilla, breve y llena de honda belleza, su vivido y profundo conocimiento de la climatología de la región, donde decidió situar las aventuras de su héroe, esa parodia del mundo y de su historia: 

La congoja de ver que el cielo se hace bronce sin acudir a la tierra con el conveniente rocío no aflige al criado, sino al señor… 

Cervantes, que tomó en la Mancha baños sacramentales, integradores de su condición de genio literario, junto al resto de las características que reúne la región y tantas otras aventuras personales por los abigarrados sucesos de su tiempo, sabía bien del desasosiego continuo de los hombres manchegos por la escasez de lluvias; la climatología de la Mancha está presente, también, en este breve párrafo, su sequía proverbial como lo están en el foco de la novela su luz y calor alucinógenos. 

El campo de la Mancha, en fin, en las proximidades de Munera amaneciendo, al borde temporal de un bodorrio –valga la expresión- y de una burla, y la invocación melancólica de don Quijote de la simpleza del hombre, su incorrupción primaria representadas en el despreocupado Sancho Panza, y, por otro lado, su papel de Señor que se duele de las vanas ambiciones del mundo y sufre, asimismo, por los embates de la climatología manchega.

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